La estrella de rock
deja la guitarra apoyada entre el suelo y la pared, formando un triángulo en el
que se crea una sombra del instrumento que lo define, y toma la novela que se
encuentra sobre la mesilla. La ojea y se detiene a leer algunos pasajes
especialmente significativos. Sabe que su gesto es sencillo como una melodía
pop, pero también significativo. No es común el paso de los acordes rítmicos a
las letras de un libro. Y justo ese fue el paso que dio Sabino Méndez,
compositor de una de las bandas españolas más conocidas durante la década de
los 80 en España: Loquillo y Los trogloditas. Lo dio en 2000 con la publicación
de las memorias: Corre rocker: crónica
personal de los ochenta (Espasa). Y continuó con el ensayo Limusinas y estrellas (Espasa, 2003),
para pasar a la narrativa en 2006 con Hotel
Tierra (Anagrama) y la recientemente publicada Literatura universal (Anagrama, 2017), Historia del hambre y la sed (Espasa, 2006) entre medio.
En una serie que
empezó hablando de la cultura pop de Madrid, para pasar a la de Barcelona, resulta
necesario tratar al hombre que ha vivido con un pie en cada una de las dos
ciudades. El rocker que nació y creció en la Ciudad Condal, pero se hizo famoso
en la capital del reino. Si, además, este firmó clásicos del rock en español
como “Cadillac solitario”, “Voy a ser una rock’n’roll star” o “Rock suave”, se
comprenderá la justicia de que transite esta serie.
Méndez no es ni
mucho menos un prototipo. Se da muy poco el caso del músico de éxito que se
aparta de su carrera para retomar el éxito con las letras, esta vez, en las
páginas de un libro, como se observa en los fiascos literarios de Morrissey (no
así en el caso de Nick Cave y su excelente The
Death of Bunny Munro). Y no puede decirse que Méndez haya alcanzado con la
literatura el éxito que obtuvo con sus canciones, himno musical de toda una
generación, la de la “Movida”.
De todos sus libros,
notables, bien escritos, es quizá Corre
rocker el que más sobrecoge. También es el escrito que tiene una relación
más directa y evidente con el rock junto a Hotel
Tierra, que es un dietario. Se trata de unas memorias en donde narra su
paso de Barcelona a Madrid, primero en los autocares que utilizaban los
muchachos que hacían la mili, después en la primera clase de cualquier tipo de
transporte. Describe el ambiente musical de aquella España, con notables perfiles
de colegas de profesión, como Julián Hernández, de Siniestro Total, Poch, de
Derribos Arias, o Ana Curra, de Parálisis Permanente; y con críticas a algunos,
como Manolo García, de El último de la fila. También explica su relación con el
líder de su grupo: Loquillo, de una forma tal, que el libro supuso la ruptura
entre ambos (la ruptura personal, porque Méndez estaba apartado de Los
trogoloditas desde finales de 1989 por sus problemas con las drogas). El libro
presenta a José María Sanz, aka
Loquillo, como alguien interesado y corto de miras que se aprovecha de las
oportunidades que surgieron en el mundo de la cultura con la llegada de la
democracia a España. Se trata de un retrato tan descarnado, sin concesiones,
que no es de extrañar el corte abrupto entre ambos. No hubo reconciliación
hasta 2005, cuando se habló de llevar al cine las memorias de Méndez y la
productora forzó un acercamiento, lo que dice poco de Sanz y apuntala las tesis
de Méndez. ¿Qué hubiera pasado si no hubiese habido la producción de material
mediático de por medio, con sus consiguientes promociones, aunque estas
acabaran no llegando a buen puerto?
La crónica personal
de los ochenta que compone Méndez, incluye también su relación con las drogas,
conocida por el público, dadas las desavenencias que produjo en el seno de su
banda. Como en el resto del libro, el autor no tiene pelos en la lengua y traza
un relato sincero y creíble de la presencia de las drogas duras, y más
concretamente, la heroína, en el circuito musical español. Más allá del
espectro maldito que esta droga suele proyectar en el panorama de la música
rock, Méndez la describe como el único salvavidas para solventar la ansiedad
que producen las giras, los lanzamientos discográficos y las tensiones del
mundo de la música popular. Perlas de esos pasajes son sus relaciones con Nina
Be, o la anécdota del camello que se hizo amigo de Johnny Thunders.
Pero a lo que a este
lector más le emocionó de esas memorias en su momento, fue su relación con la
literatura. En Corre rocker se revela
la pasión de Méndez por la narrativa (en especial, por la obra de Alfredo Bryce
Echenique) a través de sus estudios de filología hispánica, que es lo que va a
desembocar en la carrera literaria del autor, y que es el tema central de Literatura universal: los libros como la
heroína que permite lidiar con la ansiedad que produce la vida. Sin embargo, del
tono de ese y otros libros también se entrevé la razón de su falta de empatía
con un mayor número de lectores: su terrible soberbia. Lejos quedan las
historias del muchacho de barrio que ansía triunfar pese a los reveses que
obtiene de la vida, que tan bien se reflejaban en las letras de sus canciones. Los
narradores de Méndez son tipos que creen haberlo leído todo y haberlo vivido
todo y que esperan que asumas que son unos triunfadores. Y, ¿desde cuando la
buena literatura narra la historia de triunfadores ante el drama que supone la
tragicomedia de la vida? ¿Acaso triunfan Don Quijote, Leopold Bloom o Arturo
Belano? Sí, pero desde otra perspectiva. Estamos hablando de literatura.