La impresión más viva que me queda tras leer Familias de cereal (Candaya), de Tomás
Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981), es que me acabo de enfrentar a la
última entrega de una tradición centenaria. No es otra que la del cuento
argentino, que tantos buenos relatos ha reportado a las letras hispanas, y que
ha sido frecuentado por autores de tanto prestigio como Jorge Luis Borges,
Julio Cortázar, Horacio Quiroga o Rodolfo Fogwill.
Cuando menciono lo de mantener la tradición, no crean que
hablo de escribir como se hacía hace cien años. La tradición debe reinventarse
siempre. Me refiero a aplicar esa tradición al entorno social terriblemente
tecnificado que ahora nos rodea. A utilizar las cámaras de vídeo, las
computadoras, la televisión o Internet para, a través de ellos, estructurar
textos que preservan unos valores literarios que todos podemos reconocer. Y a
ello se aplica Sánchez Bellocchio a conciencia en este libro.
Me refiero también a no inspirarse solo en la tradición
propia, sino a tomar elementos de otras tradiciones literarias, como
recomendara Borges en el famoso ensayo: “El escritor argentino y la tradición”.
Y a fe que Iván Ilich ronda las páginas de “Hacedor de dinero”, de la misma
forma que Miranda July fisgonea en “La nube y las muertas”.
También me refiero a utilizar la teoría literaria para
construir las narraciones sin que el lector lo pueda percibir. Convertir cada
cuento en un ensayo de la realidad que nos rodea mientras la historia fluye por
sí sola, que fue la estrategia que universalizó tanto a Borges como a Cortázar,
y que es la argucia que se encuentra en “Cuatro lunas”. Una historia en donde,
a través de Michel Foucault, su arqueología del saber, y un relato sobre
obesidad, identidad y satisfacción personal, el narrador se pregunta por la
supuesta sociedad del éxito social en la que vivimos.
Se trata en definitiva, de una reactualización que mezcla
elementos pasados e innovadores de forma ingeniosa y efectiva. Y el mejor
ejemplo de lo que digo se muestra al leer, casi al final del relato “Historia
de la caca”, una frase como la que sigue: “Vio hojas secas, ramas, vasos de
plástico, un inodoro, pedazos de mampostería. Vio la cabeza de un elefante bebé
disecado con sus colmillos rotos. Vio enormes marcos de espejos, monedas, tiras
de pastillas, papel higiénico usado. Vio dentaduras postizas, una bicicleta,
bombachas y las aspas de un ventilador o un helicóptero.” (39) Que evoca desde
el presenta la famosa frase de página y media, únicamente sustentada con el
verbo ver, en la que el narrador Borges describe su visión del aleph. Una broma
dialógica que parte ya del título.
Este libro, además, me ha servido para reencontrarme con un viejo
conocido, el relato que lleva por título “Interrupción del servicio”, incluido
en la antología Emergencias. Doce cuentos
iberoamericanos, publicada también por Candaya, y en la que yo participaba.
En una antología uno nunca puede decir cuál era el mejor de los relatos sin que
deje de ser una afirmación subjetiva, condicionada por el bagaje literario y
las lecturas previas—desde luego, el mío no lo era, al menos desde mi subjetividad—.
No afirmaré por tanto que el cuento de Tomás Sánchez Bellocchio sobresalía del
resto, aunque recordara tanto a “Casa tomada”, de Cortázar, como corroboraron
varias críticas. Sin embargo, sí puedo afirmar que aquel texto corto en el que
se ponían al descubierto las miserias de la sociedad argentina era un aviso de
que nos encontrábamos ante un escritor que iba a dar que hablar. Familias de cereal es la prueba
inequívoca de aquellas impresiones.
Por otra parte, esta colección tiene otros nuevos momentos
álgidos. Sin duda, “Disco rígido”. Un texto en donde queda claro desde el
principio que hay una muerte: la muerte de un hijo que no se ha superado, que
se corrobora en el diálogo en el que el padre afirma que no desea borrar nada,
que no pretende empezar de cero (60). Pero lo que el lector no espera son las
circunstancias y el desenlace de esa muerte con los que se encontrará páginas
más tarde.
También el cuento que cierra la colección: “La nube y las
muertas”. En este relato, desde una entrañable historia sobre ancianas que se
enfrentan a la tecnología más actual con la ayuda de la nieta de una de ellas,
que ejerce de narradora, el autor enfrenta una historia de desaparecidos en la
Argentina del siglo XX mediante una pirueta estilística muy parecida a las que
hicieran famoso a Roberto Bolaño.
Pero permítanme que elija “Animales del imperio” como el texto
que más me ha gustado. Sánchez se conduce principalmente desde el realismo,
aunque incorpore los elementos tecnológicos más novedosos, tal como antes se ha
mencionado. Sin embargo, en este relato el autor se acerca al género fantástico
y a la fábula para describir cómo avanza la demencia en la mente del padre del
narrador. Para ello utiliza ecos de los relatos más orientales de Borges—el
mismo narrador habla de “influencia borgeana” en los escritos de su padre—y,
por supuesto, del Libro de las maravillas
de Marco Polo.
Permítanme también que mencione el buen hacer narrativo del
autor, en especial en la elaboración de los finales. Especialmente destacable
el de “Fidelidad de los perros”, donde el autor reflexiona sobre la amistad y
la soledad. Y remarcable también el final de “Ciudad de cartón”. Un relato
donde, como su mismo nombre indica, los protagonistas se enfrentan con las
contradicciones de la burguesía para enfrentar el problema de los niños
cartoneros que pueblan las calles de sus ciudades.
Pero más allá de las tensiones y las perspectivas sociales,
como el propio nombre del libro indica, son los lazos familiares las vigas
sobre las que se construye el entramado del libro, y también lo que permite un
hilo conductor entre todos los relatos. En especial la relación con los padres,
más que con las madres, como se observa en la conducta sádica y violenta del
narrador de “Mitad de un hermano” para con su hermanastro, con la intención de
vengar la actitud del padre que los abandonó. O en el cuento que da título a la
colección: “Familias de cereal”. La historia de un conflicto familiar y una
separación pese a la tecnología de la que echa mano el hijo, que se verá
arrastrado por sus propias limitaciones, como es común en el resto de este
puñado de buenos relatos.