sábado, 2 de abril de 2016

Conversación con Sergio Ramírez. Carlos Gámez Pérez - Nagari Magazine

Conversación con Sergio Ramírez. Carlos Gámez Pérez - Nagari Magazine

Foto de Glenda Galán

“Yo era un escritor o un intelectual que hizo lo que pudo por servir a la revolución en la que creía. Y lo hice desde mi propio terreno”

Con motivo de la concesión del reciente premio Carlos Fuentes en su segunda edición al escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe 1942) y la publicación de su último libro: Juan de Juanes (La Pereza y Alfaguara México), tuve una charla con este narrador de largo aliento que ha publicado más de cuarenta libros a lo largo de su vida, entre novela, relato, ensayo, misceláneas y cuento infantil, de los que cabe destacar Margarita, está linda la mar, Sombras nada más y Adiós muchachos. Teniendo en cuenta su pasado como vicepresidente de Nicaragua tras el triunfo de la revolución sandinista, resulta evidente que la política, el poder y la literatura se entremezclan en esta charla.

PREGUNTA: Querría empezar hablando de su libro de memorias y ensayos breves, Juan de Juanes (La Perea Ediciones). Me interesan mucho esas experiencias que relata usted en el libro sobre el escritor. Por ejemplo, el pasaje en el comenta su distancia con las armas y el hecho de que usted no es comandante ni nada parecido cuando lo presentan como tal. ¿Cómo observa un escritor, o un escritor en ciernes, la violencia que se sufre y la violencia que se ejerce en procesos políticos como los que le tocó vivir?

RESPUESTA: Yo siempre vi la revolución como un llamado a filas, y cada uno hacía lo que podía. A fin de cuentas, en esas situaciones el prestigio lo adquieren los que empuñan las armas. Y aunque no las hayan empuñado, se disfrazan de militares, con esa aura heroica que da el verde olivo. Yo conozco a varios, conozco a comandantes de la revolución en Nicaragua que no habían pegado ni un tiro y simplemente se vestían de verde olivo. Quizá yo pasé más riesgos que algunos de ellos, porque yo me pasé la clandestinidad en Nicaragua desarmado varios meses, porque yo no sabía disparar. Qué hacía con armas. Y quizás si hubiera llegado a matar a alguien todavía tendría ese cargo de conciencia como el Aureliano Buendía de García Márquez. Yo siempre me vi como un civil, y ahora veo que yo no era militar. No tenía esa vocación, ni tenía esa atracción. Yo era un escritor o un intelectual que hizo lo que pudo por servir a la revolución en la que creía. Y lo hice desde mi propio terreno.

P: En Juan de Juanes también me chocó observar que es paradójica la atención que el poder tuvo por algunos de los escritores del Boom, como todo lo que relata usted en torno a la figura de Gabriel García Márquez, al que acudían a escuchar presidentes y hasta reyes. ¿Qué cree usted que coincidió en ese caso para que se diera la paradoja de que la literatura fuese la novia a la que todos querían agasajar?

R: García Márquez fue un escritor que tuvo más poder político en América Latina que muchos políticos sin haber ejercido ningún cargo público. A lo largo de su carrera desfilaron ante él presidentes y presidentes y yo bromeaba con él diciéndole que era el único presidente vitalicio rodeado de expresidentes. Él era un imán. Los presidentes contemporáneos lo buscaban para tomarse la foto con él. Era un prestigio. No es que él quisiera estar a la altura de ellos, era al revés. Y él disfrutaba de esa situación. Le satisfacía mucho que el poder lo buscara. Disfrutaba mucho de ese ambiente. Se habla mucho de la relación de Gabo con Fidel Castro. Pero es que la relación de Gabo con Fidel Castro no fue única. No fue con el único jefe de estado, con el único caudillo con quien él se relacionó. Torrijos le tenía una gran admiración. Hablando con Gabo de esto, yo recuerdo que me dijo: “Mucha gente piensa que mi personaje político es Fidel. Y no es así, mi personaje político es Torrijos. Yo algún día voy a escribir sobre Torrijos”. Nunca lo hizo. Pero él tenía una gran empatía con Torrijos. Yo recuerdo que una vez llegó Gabo de visita a Panamá y el presidente se acercó al aeropuerto a recibirlo, y lo montó en su carro, y lo llevó de visita por toda la ciudad. Estas situaciones se derivaban del prestigio que Gabo tenía.

P: Ahondando más en la relación entre el poder y la literatura, usted siempre ha tenido una posición muy equidistante en el tema del poder. No ensalzó la revolución como escritor cuando usted estaba implicado en ella, y tampoco la defenestró cuando se salió de la política. Desde España siempre se le ha considerado a usted como un intelectual, un escritor que estuvo muy implicado en política pero llegado el momento la dejó y se dedicó en exclusiva a su carrera literaria. Sin embargo, me interesa mucho su perspectiva del análisis del poder, como la que realiza en su novela Sombras nada más, o en Adiós muchachos. Me interesa mucho más Adiós muchachos por los diversos destinos de la generación de jóvenes latinoamericanos que se rebelaron en 1968. Porque me pareció muy curioso observar que usted pertenecía a una generación de jóvenes que pretendía cambiar el mundo, que en España tuvo sus problemas con el franquismo. Pero lo que me pareció más interesante del libro es que mientras ustedes, los jóvenes nicaragüenses, alcanzaron el poder en 1979, sus compañeros, los jóvenes mexicanos, acabaron duramente represaliados. Y años después, dos de esos jóvenes, que son Daniel Ortega y usted mismo, terminan teniendo conversaciones con el presidente de México. Me pareció paradójico observar cómo ustedes están negociando con un político que, sin ser el culpable directo de la matanza de Tlatelolco, porque entonces no era quien estaba al frente del gobierno, sí es un representante del partido político desde el que salieron esas órdenes. Pero este señor está intentado apoyarlos a ustedes, quiere ayudar al joven gobierno nicaragüense. Y me pareció una de las paradojas del poder: gente que forma parte de la misma generación, depende cómo se desarrollen los acontecimientos, se encuentra en unos circuitos que, si hubieran ido las cosas de manera distinta no hubieran frecuentado. ¿Vio el germen de cómo analiza usted el poder en sus novelas?

R: Eso tiene mucho que ver con lo que es la historia del PRI en México. La evolución misma del PRI como partido. El PRI consolida a las distintas fuerzas que han peleado la Revolución, después de la purga de Zapata y de Villa. Los caudillos de la Revolución al final se ponen de acuerdo y forman un solo partido, que es la maquinaria política que elimina a Vasconcelos, el intelectual, cuando este se quiere oponer a Obregón, el caudillo, y Calles, su ayudante. Se trata de un caudillo con atributos militares. No podía ser entonces de otra manera. El PRI sigue evolucionando a lo largo de los años, con gobiernos de derechas, con gobiernos de izquierdas. Llega al gobierno el general Cárdenas, uno de los mejores gobiernos que ha tenido México nunca. Será recordado entre otras cosas por nacionalizar el petróleo y por acoger a toda la emigración republicana española. Es un hombre que hasta su muerte tuvo posiciones muy de izquierdas. Luego vienen otros gobiernos corruptos, se van alternando. Con el PRI pasa lo mismo que pasa hoy en Cuba, que de repente hay intelectuales muy críticos que hablan del pasado, cuando se reprimía a los homosexuales, cuando el caso Padilla, como si hubiera sido otro gobierno, como si se hubiera tratado de un régimen completamente diferente. Pero la verdad es que se trata del mismo. Yo conozco a muchos escritores cubanos que caen en esta posición crítica hacia el pasado. Pero por supuesto, no se atreven a meterse con el presente, aunque ese es otro tema. Pero eso pasa también en México, en México hay distintos gobiernos, siempre vemos intelectuales en cargos de gobierno, no en cargos políticos verdaderamente, pero como embajadores: Octavio Paz, Carlos Fuentes. Luego renuncian porque el siguiente gobierno ya no les parece adecuado. Es un solo partido dividido en distintos rostros, en distintos espejos. Si vamos al gobierno de Echeverría, por ejemplo. Echeverría es el ministro del Interior, el secretario de Gobernación cuando Díaz Ordaz da la orden de disparar contra los estudiantes en Tlatelolco. Luego es el sucesor de Díaz Ordaz. Pero cuando Echeverría llega al gobierno, su política es antipinochetista. Directamente rompe relaciones con Pinochet, acoge a los exiliados chilenos, después acoge a los exiliados uruguayos y argentinos. Es decir, hay una especie de esquizofrenia. No podemos decir que el gobierno de Echeverría sea un gobierno de izquierdas hacia lo interno. Pero lo es hacia lo externo. Es decir, su posición hacia el exterior simpatiza con la izquierda. Y se necesita todo esto para poder explicar cómo nosotros somos bien recibidos por López Portillo. López Portillo fue absolutamente solidario con la revolución nicaragüense, hasta el punto de la complicidad, y esto lo cuento en el libro. México nos prometió que rompería relaciones con Somoza cuando nosotros lo decidiéramos. Y así lo hizo. Y luego, cuando triunfó la revolución, su ayuda fue ilimitada. Siempre estuvo dispuesto a apoyarnos. Y esa es la realidad de la historia. Mucha gente puede decir que Carlos Andrés Pérez era un corrupto, que es una de las bestias negras de la historia de Venezuela, y yo no puedo decir lo mismo. Carlos Andrés Pérez fue un hombre muy generoso con la revolución. Él estuvo siempre apoyándonos.

P: Ya para finalizar, y dada la temática de su último libro, Juan de Juanes, en el que realiza una disección de los egos de los escritores, ¿me podría dar algunos consejos para los lectores de cómo domesticar el ego?


R: ¡Ja, ja, ja! Eso depende de la personalidad de cada quien. Yo creo que lo primero que hay que hacer, y eso uno lo tiene o no lo tiene, es reírse frente a la vanidad. Sobre todo porque al que no se ríe se lo come la vanidad, se lo come la soberbia, que son perros muy bravos que pueden acabar devorándolo a uno. Entonces, yo creo que la risa es un buen intermediario. Yo siempre me he reído de la vanidad, de la solemnidad. Me he reído de la gente que se toma muy en serio. Hay escritores que se toman muy en serio y eso de tomarse tanto en serio es una verdadera vaina. La primera cura es eso: desprenderse de uno mismo, poderse ver a distancia y poder reírse de uno mismo para no caer en las tentaciones de la vanidad y la vanagloria que siempre son muy fuertes.

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