lunes, 21 de marzo de 2016

Hiroshima en el corazón de las tinieblas - Suburbano ediciones

Hiroshima en el corazón de las tinieblas - Suburbano ediciones


El momento álgido para abandonar mi carrera científica tuvo lugar cuando inicié estudios de doctorado en ingeniería nuclear. En uno de los cursos que tomaba entonces, el dedicado a dosimetría, que no es otra cosa que la medida de la cantidad de radiación nuclear que pueden soportar los seres humanos, el profesor contó un chiste. Explicó cómo, después de muchos años calculando las radiaciones que afectaban a los trabajadores de las centrales nucleares de todo el mundo, siempre habían pensado que esa radiación llegaba de forma directa, en una única trayectoria rectilínea. Nunca se habían planteado que las partículas radiactivas rebotan—contra el suelo, contra el techo o contra vaya usted a saber—y también alcanzan su destino sobre los tejidos humanos. Este hecho, que había obligado a revisar todos los tiempos de exposición a radiación nuclear de los trabajadores y de la población en general utilizados por los organismos científicos internacionales, reduciéndolos a la mitad, arrancó la risa descontrolada y enloquecida del profesor, que compartieron varios de los alumnos. Teniendo en cuenta que se trataba de uno de los máximos responsables de la central nuclear de Ascó, en Tarragona, a mí no me hizo ni pizca de gracia. Ese mismo día decidí colgar mis estudios.

La anécdota, que sirve para mostrar la irresponsabilidad y la inhumanidad que atesoran algunos científicos, me permite ilustrar el objetivo principal de Yoro (Los libros del lince), primera novela de la escritora Marina Perezagua (Sevilla, 1979). El libro es un relato de reconciliación histórica entre Japón y los EEUU, países muy importantes en la trayectoria literaria de la autora. El primero por la fascinación que Perezagua siente por él, el segundo porque es su lugar de residencia. Esa reconciliación se construye a partir de la historia de la energía nuclear, y del sufrimiento compartido entre una víctima de la bomba de Hiroshima y un excombatiente de las fuerzas de ocupación estadounidenses al que su gobierno ha dejado en custodia una niña que luego le es arrebatada.

La novela, versión extendida y autorreferencial de “Little Boy”, la narración corta que inaugurara su anterior libro: Leche, se estructura a partir de nueve capítulos que son los nueve meses imaginarios del embarazo psicológico de la narradora, y culmina con un encuentro muy ansiado que no adelantaré. Pero a este lector le da la impresión de que lo que realmente se gesta es el libro, que la estructura es una metáfora de la construcción de una historia de largo aliento que culmina como lo hacen los nacimientos, dando a luz una dolorosa pero también deseada criatura. Para corroborar este punto de vista, la narradora se pone de mi parte y afirma en un momento dado: “Kafka era una madre como cualquier otra.” (236)

La historia de H, la narradora, su relación con Jim, nombre de evidentes ecos conradianos, y la búsqueda de Yoro, la niña a la que se entrega en custodia es un repaso de todo el mal que ha asolado la historia de la sociedad occidental durante la segunda mitad del siglo XX. Describe, en especial, cómo se ha gestionado esa invención prometeica que es la energía nuclear, y acaba siendo un testimonio de cómo esas mismas miserias se han exportado al Tercer Mundo, concretamente a África, territorio natural de una novela que debe tanto a El corazón de las tinieblas, a través de las Naciones Unidas y otros estamentos internacionales. No en vano, como afirma la narradora: “Esa historia no vale nada si no está escrita desde un sentimiento de dolor universal.” (21)

Así, como ya se avanzaba en “Little Boy”, somos testigos de todas las atrocidades que sufrieron las víctimas niponas de la bomba atómica, como si de Lluvia negra, de Ibuse Masuji, se tratara, para pasar a contemplar todos los silencios que sufrieron los norteamericanos contemporáneos a la Guerra Fría: la ocultación de identidades y el desarrollo de proyectos armamentísticos y científicos atómicos reales, que tuvieron lugar durante aquella época de plomo, y que hacen que el Proyecto Manhattan parezca un juego de niños. Todas esas complejidades conspiratorias obstaculizan la búsqueda que realizan la narradora y Jim, mientras descubrimos la problemática identitaria de una persona hermafrodita en un mundo como el nuestro, quizá la parte más compleja y profunda de la historia, pues ahí es donde se desgrana la estructura del libro. Lo hacemos a través de un texto que al principio parece un testimonio en primera persona, después una novela de aventuras, por momentos un libro de crónicas o una novela de cf, más tarde un relato conspiratorio de la Guerra Fría a la manera de Pynchon, aunque también una historia queer sobre la identidad sexual y un texto postcolonial, siempre con una elevado estilo y un alto grado de lirismo.


Pero pese a la amalgama de géneros que acaban cohabitando en sus páginas, cabe concluir que esta novela no es posmoderna. En el núcleo de su denuncia del mal que pervive en nuestra sociedad capitalista y heteronormativa no se encuentra ni una gota de parodia. Se trata, además, del primer texto español que contiene una crítica expresa a los efectos de la ciencia en el siglo XX. Aspira por tanto, a sentar las bases de algo nuevo, tanto en el contenido como en la forma. Algo tan sólido como la misma novela.

viernes, 4 de marzo de 2016

Una bella catástrofe contemporánea - Nagari Magazine

Una bella catástrofe contemporánea - Nagari Magazine

La anécdota real, citada en el libro, de la pareja en crisis que decide acudir por separado a las plataformas cibernéticas para encontrar nuevas parejas, y donde finalmente ambos terminan por reencontrarse tras enamorarse en la red, ilustra a la perfección la estrategia de la última novela de Javier Moreno (Murcia, 1972): Acontecimiento (Salto de Página).

Uno de los rasgos característicos de algunas de las novelas de Moreno es el arranque de sus narraciones. Si en Click el narrador empezaba el relato con una pistola en la sien, a punto de suicidarse, Acontecimiento se inicia así: “Si deseas que lo nuestro siga adelante tendrás que buscarte una amante” (y las cursivas no son mías). El lector piensa que se encuentra con un conflicto sentimental, una crisis de pareja, y eso es lo que parece en las páginas iniciales de un texto que se narra principalmente en primera persona, lo que favorece la perspectiva subjetiva de ese narrador. Pero la arquitectura estructural de la novela es mucho más sutil, ya que la crisis sentimental y el aburrimiento propiciado por la rutina son tan solo una excusa para el verdadero plan del autor implícito. Dicho plan se organiza en torno a dos líneas argumentales que se mimetizan con la trama principal.

La primera sigue la línea de libros anteriores de Moreno y constituye un detallado ensayo de nuestra sociedad contemporánea, hipermediatizada y digitalizada, a través del estado que el narrador publica en Facebook para compartir su crisis de pareja, y que le sirve al narrador para embarcarse en un ensayo muy ácido y acertado de nuestra sociedad. A esta línea pertenecen juicios como: “Mi carne sufriente y anhelante va dejando en su tránsito por internet una multitud de huellas. Con ellas las empresas me fabrican un alma. El paraíso o el infierno dependen de mi cuenta bancaria. Puedo comprar mis deseos, luego estoy salvado. Big Data se ha convertido en La Divina Comedia” (61).

Como en la obra previa del autor, la tecnociencia y sus productos están presentes y se analizan a conciencia en esta novela: “La tecnología y la carne joven son la única prueba de que la vida avanza hacia alguna parte.” (29) Hasta el punto de que el desenlace final de la aventura del narrador protagonista, una tórrida escena sexual, se narra con la participación activa de las pantallas y los dispositivos electrónicos en ese goce: “Me bajo mis pantalones mientras ella frota mi iPhone contra su sexo rasurado” (168).

Los juicios del narrador, un publicista de éxito, no por subjetivos dejan de ser una disección realizada con bisturí de la estupidez y las contradicciones del sistema en que vivimos, que el narrador borda al explicar la reciente crisis económica de esta guisa: “Simplemente los que tenían el dinero se asustaron y de repente querían asegurarse de que sus inversiones volverían a su bolsillo. Habían invitado a su juego a demasiada gente y ahora tocaba decirles que no, que ya no era divertido.” (42-43) Hasta el punto de que el protagonista acaba a cargo de la campaña publicitaria en las redes sociales del más conocido terrorista, curiosamente llamado Urdazi, y que en realidad parece más un nombre tras el que se esconde un colectivo que el apelativo de un individuo. Especial mención requieren los comentarios dedicados al arte en el contexto contemporáneo, como el análisis de la obra performativa de la artista Leyla Guerrero o los patrones meta-artísticos del creador Ikeda (145).


La otra línea argumental, la que se esconde tras toda esa sociedad hipermediatizada, tras los conflictos de género y las tensiones sociales, tras los deseos y los enfrentamientos que surgen en estas relaciones, la que hace a Moreno un narrador único, irrepetible, ya que varios son los nombres de otros escritores que al lector se le ocurren cuando asimila la crítica a la sociedad contemporánea, pero ninguno cuando analiza esta parte, más allá quizás de Tolstoi, no es otra que la transformación emocional que experimenta un hombre cuando se encuentra de golpe, en plena madurez, con la paternidad. Algo que a simple vista puede parecer menos transformador que esta sociedad tecnificada en la que vivimos, pero que gracias a la pericia expresiva del narrador, surge como el verdadero conflicto que subyace en la narración. Un conflicto, por otra parte, muy bien resuelto literariamente, como se observa en esta hermosa frase, que se lee al principio, pero que yo he reservado para el final de esta reseña: “Un polvo duraba unos minutos, pero el resultado podía ser una catástrofe bellísima y perdurable.” (27)