viernes, 18 de septiembre de 2015

Roberto Arlt: un escritor del futuro - Suburbano

Roberto Arlt: un escritor del futuro - Suburbano


En torno a Roberto Arlt circula la polémica de que era un mal escritor. Esa polémica, elaborada desde el entorno literario de los amigos de Borges, y alimentada por el propio escritor, que reconocía haber aprendido mediante las malas traducciones de los clásicos que abundaban en la Argentina de la época, ha llegado hasta nuestros días. No hace tanto tiempo que enfrentó a Ricardo Piglia, máximo valedor contemporáneo de Arlt, con Roberto Bolaño, que en uno de sus ensayos, reunidos por Anagrama en Entre paréntesis, consideraba que Arlt no estaba a la altura de poder compararse con Borges, justo lo contrario de lo que defiende el narrador de Piglia en un pasaje de Respiración artificial.

Para juzgar por sí mismo, uno lee a Arlt, concretamente, Los lanzallamas, segunda parte de Los siete locos, en donde se narra el desenlace de ese grupo de desquiciados a partir sobre todo de los movimientos de Remo Erdosaín: el inventor asesino. La novela se acaba de reimprimir junto a su primera entrega por la recién aparecida editorial Piel de Zapa. Allí, ciertamente, uno encuentra pasajes terriblemente escritos, como “se preguntó qué era lo que buscaba en aquella casa terrible, sin sol, sin luz, sin aire, silenciosa al amanecer y retumbante de ruidos de hembras en la noche” (33), además de las intempestivas notas del comentador, que rompe el ritmo de la lectura al intentar explicarlo todo, por no hablar de los errores de composición que se detectan pese a tratarse de una ficción que se estructura en torno a una crónica.

Y sin embargo, qué fuerza embriagadora se encuentra en esa escritura, en la construcción de los personajes, en sus monólogos y anhelos. Cómo se observa que el autor se empapó de Dostoievski, ya fuera buena o mala la traducción del ruso que cayó en sus manos. Solo con eso se defendería el texto por sí mismo. Pero es que hay mucho más, empezando por las conexiones, como la de esos diálogos duros y muchas veces inverosímiles, como el que protagonizan el Astrólogo e Hipólita y con el que se inicia el libro, con Rayuela, lo que transforma el texto en precedente, además de serlo por el excelente uso del lunfardo de que hace gala el cronista del relato, aunque no se trate de un lunfardo impostado, como el que desarrollaba Borges y por momentos Cortázar, sino de lengua barriobajera en estado puro, pues si algo se destila de las páginas de Los lanzallamas, es que el autor conoce a la perfección el mundo del que surgen sus personajes, algo que no podemos decir desde luego de Borges, siempre escribiendo desde lo paródico.

La novela no puede considerarse en mi opinión de realista, pues es tal la angustia que viven los personajes, y tan extremas las situaciones a las que se abocan, que más que de novela realista debemos hablar de novela existencial y hasta psicológica; incluso de novela heredera del diecinueve latinoamericano, porque todos los personajes viven en su torre de cristal y porque Remo recuerda mucho al Cacio de La raza de Caín. También de novela política, muy política, tanto que las palabras del Astrólogo recuerdan a los personajes del teatro existencial de Sartre. Pero sobre todo, de novela total, de novela que bebe mucho de las vanguardias históricas, en donde se describen de forma literaria los mismos elementos que conforman la narración, desde las profecías de Nostradamus hasta la máquina de gas que persigue Erdosaín, ese terrible personaje que acapara la acción, aunque el pensamiento lo acapare el Astrólogo y la mala fama el Rufián Melancólico—que apelativo tan hermoso y terrible al mismo tiempo—. Hasta el punto de que, pese a las irregularidades mencionadas, la novela alcanza en contraposición momentos sublimes, como: “El gato tendría ganas de pasear, salió, vaya a saber dónde anduvo metido. Para eso es gato. Y al volver, como encontró la puerta cerrada, esperó a su patrón. El gato tiene al hombre… pero al hombre ¿quién le abrirá la puerta misteriosa? (184),


Y todo eso, lectura incluida, se justifica cuando la persona lectora descubre que la novela fue escrita en tiempo récord y recuerda el prólogo con el que el autor iniciaba el texto y en donde afirmaba que escribir suponía para él “un lujo”, pero que terminaba diciendo: “Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes […] A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga pero… mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932./ Y que el futuro diga” (9).

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