El andamiaje que se construye en torno a una sociedad castigada por el terrorismo, aunque este sea producto de una reivindicación política, es un espacio idóneo para la creación. En el caso español, el terrorismo de ETA, que tanto azotó a su Estado en las décadas de 1970 y 1980, ha inspirado en España excelentes películas de cine como El pico, Días contados o Salto al vacío, todas ellas con tramas que hibridan la violencia y el terrorismo con las drogas y las mafias. También en el ámbito de la literatura ha dado frutos. En concreto, La fiesta del asno, una obra mayúscula de Juan Francisco Ferré que prologó Juan Goytisolo, en donde a partir de la suspensión del realismo, la parodia y la imaginación, el autor hace un ejercicio magistral de la problemática del terrorismo con tintes nacionalistas. Una muestra de todo el potencial de un autor que deslumbraría años más tarde con la novela Karnaval, premio Herralde de novela en 2012.
Ha llegado a mis manos otra novela sobre el terrorismo de ETA, pero que tiene más en común con las películas antes mencionadas que con el libro de Ferré. Está escrita en clave de thriller, en un entorno global que se cuestiona la relación entre la lucha armada y la ideología, con un ajuste de cuentas de por medio que el lector debe desentrañar a partir de texto. Se trata de Luz de los muertos, de María José Rivera (La Pereza Ediciones). La novela se inicia con el asesinato de tres antiguos terroristas de ETA que viven escondidos en un recóndito lugar de la República Dominicana. El lector conoce pronto al asesino: Antonio Zarco. Pero descubrimos que tiene otro nombre, que es Elkin, y que apenas conocemos de su vida más allá de que vive en Cubillo, un pueblo de la provincia de Segovia, aunque haya nacido en algún lugar de Latinoamérica, como a veces denota por acento y el trato de sus vecinos. Aunque lo que menos conocemos son las razones de sus actos que, como es lógico, no revelaré aquí.
Un trabajador de la empresa Melvin obsesionado por los temas relacionados con el terrorismo (hasta el punto de que el narrador siempre nos recuerda sus problemas con la “obsesionina”) que aterriza en la República Dominica por motivos de trabajo, Pedro de la Serna, es quien nos ayudará a descubrirlo todo, pues con motivo de ese viaje empieza a investigar los asesinatos. A partir de aquí se alternan los puntos de vista de Elkin y Pedro con un mismo narrador para que, mediante esas miradas contrapuestas, el lector descubra el pasado terrorista de Elkin, y que la razón de tanta sangre está en un proyecto compartido entre guerrilleros vascos y guerrilleros colombianos por intentar construir un mundo mejor que acabó truncándose en tragedia por culpa de la corrupción, la comodidad y el dinero del narcotráfico. Desgraciadamente, las mentiras y el autoengaño que contaminan todas nuestras ilusiones lo hacen también en la cabeza de aquellos jóvenes idealistas, hasta el punto que también se ven salpicados por la violencia, con la diferencia de que las armas llevan siempre a un camino irreversible.
En una novela sobria y matizada, la autora nos enfrenta al rastro que siempre deja esa violencia en nuestra sociedad, un rastro imborrable como se observa en el caso de Elkin, con el añadido de que muchas veces somos las personas normales, en la figura de Pedro, esa suerte de investigador accidental, o de su novia: Paloma, los que sufrimos esa violencia sin tener el derecho a conocer la verdad, como se trasluce al final del libro.
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