Solo un escritor
como Shakespeare es capaz de narrar el mal absoluto como una
contingencia. De esa forma, el personaje tiránico es alguien con
quien nos podemos identificar. El “mal absoluto” esta en todos
nosotros, al menos potencialmente. Esa es la grandeza de Macbeth,
un buen noble, fiel a su rey que, tras el encuentro sobrenatural con
unas brujas, se convierte en un traidor y un tirano.
Solo un director
teatral como Àlex Rigola es capaz de representar Macbeth como
si de una instalación de arte se tratara (influencia de su
interacción con ese mundo desde la Biennal de Venecia). En dos
escenas, una inspirada en Twin Peaks y la otra en un matadero con
aires de manicomio y cielo a partes iguales. Con elementos propios de
la cultura de consumo, como las camisetas de míticos equipos de
fútbol o las máscaras de Mickey Mouse. Con solo seis actores y en
casi hora y media. De ahí el nombre reducido del montaje: MCBTH.
Resulta curioso
observar que los dos últimos trabajos de Rigola se centran en la
misma problemática: el hombre brillante, reconocido por sus
congéneres, que decide el asalto al poder. En Coriolà
existía cierta ambigüedad, derivada de su interpretación política (un poder corrupto),
que nos permitía simpatizar con el protagonista. Aquí se trata de
un tirano sanguinario y, sin embargo, en algunos momentos el
espectador puede empatizar con su vulnerabilidad y su sufrimiento
pese a la crueldad que preside el texto.
La puesta en escena
de MCBTH es conceptual, compleja y muy exigente con los actores,
especialmente con Joan Carreras, que debe masturbarse y hasta
revolcarse en sangre desnudo junto a su parterner, Alícia Pérez. De
ahí que salgan todos los actores a escena un tanto acelerados. Por
suerte, el savoir faire de Lluís Marco, rey Duncan en el
Averno, ralentiza un montaje que probablemente se recibirá con opiniones
divididas. Sin embargo, tengamos en cuenta que, como afirma Jorge
Carrión en Teleshakespeare, debemos reactualizar los
arquetipos shakespirianos para adaptarlos a los tiempos que corren. Y
eso es lo que intenta Rigola en esta obra: actualizar el arquetipo de
Macbeth a la sociedad actual, bombardeada por las teleseries y
rota por la crisis económica, algo tremendamente ambicioso.
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