En mi última reseña, me quejaba amargamente del uso que desde la crítica cultural se estaba dando al termino cuántico. Hoy no puedo caber en mí de gozo después de leer el dossier del suplemento culturas de La Vanguardia del pasado 4 de enero (sí, otra vez el mismo, debo ser adicto) sobre realidad cuántica, a cargo del filósofo de la ciencia Jordi Pigem (1964).
No es que la propuesta filosófica de Pigem, esa búsqueda de la felicidad a partir de una sociedad más sostenible, sea fácil en realidad. La sostenibilidad va a ser necesaria a medio plazo, lo que no veo tan claro es que eso traiga la felicidad a los humanos. No la trajeron ni el cristianismo, ni la Ilustración, ni el comunismo aunque la prometieron. No creo que la sostenibilidad vaya a ser mejor una vez se haga realidad.
Sin embargo, en su artículo sobre la realidad cuántica, Pigem trabaja con una finura digna de encomio. Sitúa históricamente la mecánica cuántica, explica las interpretaciones y controversias a que dio lugar, asume que no da la impresión de que vayamos a encontrar el elemento fragmentario mínimo de la materia, después de tantas partículas tan poco elementales, y finalmente, en la sección final de su artículo, expone las conclusiones a las que deberíamos llegar tras tantas décadas de investigación en cuántica: que no parece que haya una realidad objetiva e independiente, que todo está conectado: nuestras mentes de observadores, la materia, la energía...
Así, la realidad física no se nos presenta tan fragmentaria como los pioneros de la cuántica imaginaban. Esa visión explica la realidad atómica pero no parece explicar el todo sin una complicación excesiva. A fin de cuentas, la teoría de supercuerdas tiene una visión newtoniana de la realidad. Se trata de pequeños filamentos que no describen trayectorias en su movimiento, sino que barren áreas. Está más cerca del continuo cartesiano que del atomismo einsteniano. Y la teoría de universos paralelos es determinista. No digo que ambas sean verdades como templos, se trata de interpretaciones. De hecho, yo prefiero una visión probabilística para la realidad. Pero esto debería hacernos pensar nuevas estéticas. Estéticas donde la intuición (esa materia invisible capaz de conectar elementos extraños) y las conexiones en red pueden dar más respuestas que la fragmentación posmoderna. Ya no les digo nada de las esencias, eso sería muy largo.
Carlos Gámez
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