lunes, 16 de febrero de 2009

LOS PECADOS DE LA TERCERA CULTURA

Cicerón se vio obligado a aprender en profundidad el griego para poder extender el vocabulario del latín y, de esta manera, convertirse en el gran orador y pensador que fue e introducir las complejas discusiones de los filósofos griegos en la cultura romana. Necesitaba de un vocabulario más rico y conciso para poder expresar mejor reflexiones e ideas complejas. Hoy en día se sabe que hasta que una lengua no alcanza su grado de madurez, especialmente una importante riqueza de vocabulario, no puede elaborar productos culturales de una cierta profundidad.

Es por esta razón que el día en que vi por la pantalla al señor Eduard Punset diciendo que sólo requeríamos de 4000 palabras para expresarnos, o que habíamos inventado el lenguaje tan sólo para poder conseguir nuestros objetivos sexuales (como si la danza o la comunicación no verbal no fueran importantes en ese ritual milenario) y perlas por el estilo, comencé a tomarme con escepticismo las emisiones de Redes, el programa de vulgarización de la ciencia dirigido por él que emite la 2.

No se confunda el lector, no estoy en contra de la ciencia. Estudié físicas, los cursos de doctorado de historia y filosofía de la ciencia, y soy un apasionado de las investigaciones que ha realizado la neurociencia en la última década. Pero el reduccionismo científico me irrita porque su manera simplista de ver al hombre le hace incapaz de comprender la compleja esencia del ser humano, esencia que sí llega a alcanzar la buena literatura, donde la forma de expresar las historias a partir del lenguaje es una parte tan fundamental de la obra como el contenido. Además, la ciencia requiere de una mirada más pluridisciplinar que analice su verdadera y compleja dimensión. Curiosamente, la mayoría de estos fanáticos reduccionistas no tiene una sólida formación científica (Punset es licenciado en Derecho y economista), tal vez sea esa la causa de su cerrado punto de vista.

Sin embargo, debo reconocer que algunas veces, los científicos entrevistados en Redes tienen un discurso interesante, alejado del talibanismo científico que practica su presentador. Ese fue el caso de la entrega titulada “Los siete pecados de la memoria”, nombre homónimo al libro de divulgación del neuropsicólogo de la universidad de Harvard, Daniel L. Schacter, y grabado con evidente interés promocional.

http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=71

No sé si fue la impresión de las palabras de Schacter después de escucharle en Internet o el buen gusto que su anterior libro, En busca de la memoria, dejó en mi pecadora memoria. Pero el caso es que a los pocos días ya estaba leyendo el nuevo libro, ese que se titulaba igual que el capítulo del programa. Es decir, éste:



Desgraciadamente, aunque el texto se lee bien, algunos ejemplos son amenos y las carencias de la memoria que se describen no dejan de ser interesantes, adolece de la ambición explicativa global que tenía su anterior obra (altamente recomendable, por cierto) en donde se hacía una completa disección del funcionamiento de la memoria humana en un lenguaje inteligible para cualquier lector medio.

En este caso se trata de un libro plagado de anécdotas que pretende acercar al gran público a esos pequeños problemas de memoria que sufrimos todos. Precisamente por eso, por ese afán de construir un producto para el mercado, se pierde poder explicativo, que es lo que algunos lectores buscamos cuando abrimos un libro de divulgación (o vulgarización científica) en estos tiempos de mostrenca especialización que nos impiden contemplar la pintura en su totalidad. Tan sólo los dos últimos capítulos pueden saciar el apetito intelectual. En el penúltimo se analizan los problemas memorísticos derivados de los traumas. En el último el autor ilustra el debate científico en torno a los defectos de la memoria humana y su relación con el evolucionismo darwinista. Ese instante final es el único en que se trata de esbozar una teoría global y fue en el que se inspiró la entrevista de Punset.

Resulta preocupante que autores de la talla del señor Schacter se dejen llevar por los cantos de sirena del mercado editorial de la divulgación científica, construido en torno a eso que algunos han dado en llamar tercera cultura, y malgasten su talento en textos plagados de interesantes anécdotas para una tertulia en la barra de un bar pero carentes de la profundidad de obras de divulgación como El gen egoísta, las obras de Carl Sagan o Lynn Margulis o el mismo En busca de la memoria del propio autor.

Publicado en salonKritik (http://salonkritik.net/08-09/2009/02/los_pecados_de_la_tercera_cult.php#more)