Las tesis de Brockman acerca de la llamada Tercera Cultura han encontrado eco en el contexto español en torno a la Plataforma Cultura 3.0.
Si usted visita la página web de dicha plataforma (http://www.terceracultura.net/tc/), se encontrará con una extraña definición del concepto “cultura” más allá del que aparece en los diccionarios. También podrá leer la simplificada versión con tintes “progresistas” de la plataforma sobre la historia de la cultura, que la divide en tres grandes bloques: el misticismo, la era de los intelectuales literarios y la era de la ciencia.
Ni que decir tiene que una visión tan esquemática contiene errores históricos de peso. Por ejemplo, se sitúa la era de los intelectuales literarios en el siglo XIX, precisamente el siglo en que la ciencia se institucionaliza y se seculariza en la sociedad occidental moderna. También se considera a la ciencia como un saber que no busca verdades absolutas cuando precisamente en el siglo XIX, el saber científico llevó a algunos filósofos a apoyar teorías deterministas que en un principio darían lugar al conocimiento absoluto de la humanidad y derivarían en el marxismo y las ciencias sociales, escuelas teóricas que se pretendían “progresistas” y ajenas a cualquier tipo de superstición cultural, tal como afirma la plataforma 3.0 en su declaración de intenciones.
Me temo que esa visión simplista oculta que en el XIX el afán de posesión de la verdad se podía percibir en cualquiera de los ámbitos de la cultura europea. Era el Zeitgeist del momento. Sólo los fracasos posteriores fueron los que llevaron al relativismo actual.
Me gustaría saber también, donde se ubicaría en este fantástico esquema a Sócrates, a Euclides, a Pascal, a Kant, a la Ilustración en pleno y su proyecto racionalista. El desconocimiento histórico de esta plataforma es descorazonador porque ni un mal alumno salido de la ESO esquematizaría las edades del hombre en la época antigua, el siglo XIX y finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Y ya está. La visión de la ciencia que se utiliza es muy post popperiana, pero no se tiene ni idea de la historia de la ciencia a un nivel profundo.
Estos errores de bulto le hacen pensar a uno que se encuentra ante una plataforma de científicos que no le dan excesiva importancia a los aspectos humanísticos del conocimiento. Pero ¡oh sorpresa! Después se lee que todos los miembros del consejo de redacción son de formación humanista: filósofos, antropólogos, expertos en marketing o en ciencias políticas (que me parece que es lo que se cuece detrás de todo esto, la construcción de un lobby con hermosas palabras como el altruismo o el conocimiento científico pero con intereses claramente políticos). En ese caso, el problema es más grave. Se puede entender que un humanista no entienda al dedillo una compleja teoría científica, o que sea incapaz de describir a la perfección un experimento. Pero obviamente, alguien con estudios de letras no debería errar precisamente en sus razonamientos de carácter humanista.
También es grave el proselitismo del que adolece la web precisamente en un momento en que resurgen los fanatismos. Se llega a afirmar que la plataforma tiene una “misión” que es, cito literal, “propagar la ciencia de vanguardia y los valores seculares en la sociedad.” Lo de la ciencia de vanguardia resulta obvio. No tanto los valores seculares. Esa es la justificación para introducir temas no científicos en el blog como el del bus ateo. Pero, ¿acaso no hay científicos creyentes? ¿Acaso no está separada la ciencia de las creencias religiosas en las sociedades equilibradas? ¿Es esto de la tercera cultura una ideología? ¿Un dogma?
Se puede afirmar que la plataforma 3.0 no se dedica a divulgar un tipo de saber, sino a dar publicidad a una cierto posicionamiento ideológico que poco o nada tiene que ver con la ciencia. A fin de cuentas EEU es el país donde hoy en día se produce más ciencia y no se trata de un país ateo precisamente. El ideario ideológico que defiende la plataforma 3.0 comulga más bien con tesis propiamente europeas y más concretamente afrancesadas (dos siglos después de la Revolución Francesa, no lo olvidemos).
Resulta una reflexión un tanto triste si tenemos en cuenta que hablamos de ciencia, una de las pocas disciplinas humanas donde no era necesario el proselitismo, donde un grupo de científicos, aunque vinieran de distintas ramas del conocimiento o de culturas diferentes se podía poner de acuerdo en Internet, organizar un congreso o crear una sociedad, y allí discutir sus diferencias sin necesidad de convencer a los no interesados en la materia.
Nos encontramos pues, ante un grupo de cientifistas que no de científicos. El fenómeno no es nuevo, ya sucedió en la Francia positivista de entre guerras, donde las vocaciones científicas eran inferiores que las humanistas pese a una defensa acérrima de la ciencia, orgullo de la nación vencedora de la primera gran guerra. Y curiosamente, en el debate de las dos culturas, en el contexto anglosajón, todos los actores y sus predecesores fueron humanista con excepción de Snow. Tampoco Brockman lo es, científico, se entiende.
Precisamente, a esta discusión sobre las dos culturas dedica la plataforma algunos de sus posts más interesantes;
http://www.terceracultura.net/tc/?p=1141
http://www.terceracultura.net/tc/?p=133
Allí sí que se observa el carácter democrático en las opiniones que tanto se menciona en las páginas de la presentación. Se llega a afirmar que la propuesta de Brockmann no soluciona el problema al tratarse de un proyecto unilateral (de fascinación por la ciencia) con argumentos de Sánchez Ron o propuestas de Félix Ovejero. Aunque esa democracia brilla por su ausencia en los comentarios, donde los coordinadores sólo contestan aquellos que les interesan, eludiendo el tan cacareado debate.
En fin, un arma política de doble filo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario