Julio Cortázar afirmaba que si en la novela se debía ganar
el combate a los puntos, en el cuento se tenía que vencer por knock out (KO). Si esto es así, y
sabiendo como sabía el bueno de Cortázar de relato y de cultura popular, pondría
la mano en el fuego por él. Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) es un
noqueador nato. No hay más que leer el remake que hace del famoso cuento del
propio Cortázar: “Casa tomada” en la colección de relatos que le acaba de
publicar Suburbano Ediciones con el título de Los otros.
Porque, tal como indica la promoción del libro, se trata de
eso, de versiones y homenajes de Paz Soldán, que es un consumado cuentista,
además de haber publicado grandes novelas como Iris, libro que me encandiló. Y ahí aprovecha el autor boliviano
afincado en Ithaca (NY) todos sus recursos para laurear su panteón literario
particular. Como el excelente noqueador que es, no le da respiro al lector
desde el primer asalto, que se titula “Dolores” y, como el lector ya intuye, es
una pieza dedicada a Vladimir Nabokov que te deja sin aliento en solo tres páginas.
Y lo vuelve a derrotar a uno al final, con una pieza dedicada a Borges como es
“La Odisea”, que no podía faltar en un texto de estas características, por gran
cuentista y por plagiador universal. Más sutil es “Fran,” el relato dedicado al
“escritor norteamericano de ciencia ficción, cuatro letras” (¿pongamos Dick?),
que se nutre de las mismas paranoias de las que se nutría el autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
La ciencia ficción de hecho, puebla muchas páginas de este
libro, porque aquí aparecen otras muestras del proyecto de construcción de un
universo en donde se mezclaba la ciencia ficción con otras tradiciones
literarias más propiamente latinoamericanas, del que he hablado ya otras
veces, y que inició el autor con la mencionada Iris y el relato “Luk”. Aquí aparece “Temblor del cielo”, dedicado
a Guimaraes Rosa y que narra precisamente la historia de Rosa, una niña con
poderes paranormales, y en el relato dedicado a Theodor Sturgeon: “El tembleque,”
que narra el final de una vida de una forma sorprendente, y que, como Iris, recuerda más a los conflictos que
tienen lugar en estos momentos en Medio Oriente, que a un mundo fantástico,
aunque el universo de la ciencia ficción de Paz Soldán quede bien delimitado. Con
estas estrategias, el combate del noqueador se desplaza a las cantinas que
poblaban las primeras películas de Star
Wars.
Pero el libro no es ajeno a otros géneros Así, el lector se
entretiene con los distintos registros y los distintos rivales que encuentra en
los relatos. No le queda claro si “Bernhard en el cementerio” está dedicado al
propio Bernhard o a su excelente traductor en castellano, Miguel Sáenz, tal
como apunta el propio Paz Soldán. Pero sí es meridiano que el homenaje a
Calvino en “La ciudad de los mapas” resulta una extensión de Las ciudades invisibles, porque el que
combate sabe quiénes son los grandes maestros de la narración breve, los
noqueadores que llegaron antes que él.
He dejado para el final a Onetti, un maestro de las bajas
pasiones y del noqueo al que Paz Soldan le dedica “El infierno más
temido”—aunque la historia no transcurre en la Santa María imaginaria de Onetti
sino en la Cochabamba natal de Paz Soldán—y el cuento que más me ha gusta, que
no es otro que “El croata”. Ese relato, como el de Dick, no tiene dedicatoria
explicita, pero dejen que me arriesgue y afirme que está dedicado al último
gran maestro de las distancias cortas: Roberto Bolaño. Y, como se trata de
hablar de virtuosos del noqueo, su juego de pies y su forma de zafarse, no me
pregunten las razones de mi elección más allá de dos: 1) el juego referencial a
Onetti que Bolaño siempre ocultó pero que Fresán ha referido públicamente; 2) la
construcción artesanal, el juego de dualidades, el trabajo con la baja cultura
y los desencuentros amorosos que estructuran el relato. Porque prefiero no entrar
en la intimidad de los últimos días del gran escritor chileno aunque, como en
la buena literatura, sea de forma figurada. Eso mejor que lo descubra el lector
disfrutando de los asaltos que nos brinda Paz Soldán.
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