Son muchos los escritores que, tal vez llevados por la suspensión del concepto de realismo en las artes y las ciencias, hacen dialogar al género fantástico con poéticas más realistas. En este sentido, Todorov advierte que el relato fantástico no puede utilizarse como simbolismo de la realidad, pero yo no estoy de acuerdo, y es lo que voy a tratar de exponer en este texto. En realidad, yo pienso que el género fantástico nunca existió, que como dice David Roas, el género fantástico se crea cuando aparece el realismo, y que hasta entonces todos los relatos supuestamente fantásticos son considerados como verdad por la audiencia de su tiempo, aunque se trate de una verdad extraña. Esto es bastante claro con el género fantástico en el mundo anglosajón, que surge como tal cuando el paradigma realista impera en Francia. Y aparece especialmente en sociedades que han desterrado lo fantástico de sus credos religiosos, de corte protestante en su mayoría. Pero desde mi perspectiva, se trataría de una cuestión de mirada, algo en lo que sí coincido con Todorov.
Veamos un caso de lo que sucedía mucho antes de la irrupción del realismo y el género fantástico en las literaturas modernas, por ejemplo, con Las mil y una noches, un libro que en la actualidad se suele considerar sobre todo fantástico. En este texto, el segundo de los viajes de Simbad narra la aventura del famoso marino en un valle tan rico en diamantes, que estos surgían del mismo suelo. Pero también tan plagado de fieras y alimañas, que nadie se atrevía a recorrerlo. En su lugar, los buscadores de piedras preciosas lanzaban grandes pedazos de carne desde las montañas a los que se adherían los diamantes. Guiados por su apetito por esa carne, los rokhs —pájaros fantásticos que aparecen en la narración— hacían el resto. Cazaban los pedazos y los transportaban a sus nidos en las montañas. Allí los hombres los espantaban y tomaban su botín.
Lo más sorprendente de esta historia, muy posiblemente considerada inverosímil o fantástica hoy en día, es su gran similitud con la descripción que Marco Polo hace del reino de Mutfili en El libro de las maravillas. Con la única diferencia de sustituir rokhs por águilas, el relato de Polo sobre el modo de conseguir los diamantes es el mismo. Un cuento fantástico es casi idéntico a un relato de viajes supuestamente realista. Es lo mismo que inquieta en narraciones de Borges como «El Aleph». Esa estrategia no es muy disímil a la que utiliza la ciencia ficción, que pretende construir una fantasía posible a partir del desarrollo de la ciencia y la tecnología, siempre imprevisibles. Sin embargo, los textos que nos acercan a la realidad de una forma fantástica nos permiten comprender situaciones que de otra manera no entenderíamos. Ese hecho se hace más significativo en un momento en que la realidad es tan compleja, que los parámetros pasados resultan insuficientes para entenderla si no utilizamos la imaginación, o si no construimos conexiones que hasta ahora considerábamos inverosímiles. Y esa a mi entender es la potencia y la razón por la que poéticas hasta ahora consideradas realistas están echando mano de recursos propios del género fantástico o de la ciencia ficción.
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