En Las palabras y las cosas Michel Foucault analiza el proceso en el cual se produce el conocimiento, el cual define como episteme. Allí explica cómo la episteme que emerge de la Ilustración es una episteme de significación. Es decir, lo que plasmamos en nuestros libros, lo que dibujamos en nuestros cuadernos de investigación, no representa la realidad, es la realidad. Resulta evidente que un concepto que estuvo tan claro en la Ilustración como el de realidad, no está tan claro en nuestros días.
Hace ahora un mes, publicábamos en Sub-Urbano una entrevista con Agustín Fernández Mallo en torno a su última novela Limbo, aparecida recientemente en España aunque ya vaya por la segunda edición. El texto sigue con las premisas habituales del autor, iniciadas con Nocilla Dream, la primera entrega de la trilogía Proyecto Nocilla. Sin embargo, y tal como expone el autor en la entrevista, el libro tiene un recorrido propio, un aliento vital, que lo diferencia de sus hermanos mayores y hace que el proyecto de Fernández Mallo siga creciendo por unos derroteros que solo el propio autor conoce, o concerá porque dado su gusto por la experimentación y la búsqueda de metáforas y relaciones entre elementos inversemblantes, solo el tiempo nos dirá en qué consistirán sus futuras entregas. Como decía Werner Heisenberg, uno de los personajes históricos de la novela, el futuro es siempre impredecible porque somos incapaces de conocer completamente el presente, y esto se ajusta a la literatura de Fernández Mallo, siempre impredecible, en parte por ese mapeado imperfecto que intenta del presente.
En este sentido, se observan en Limbo estrategias narrativas muy similares a las de Nocilla Lab. Sin embargo, en la última entrega de la trilogía Nocilla había una clara ordenación de epistemes en función de la parte del libro, desde la modernidad hasta lo contemporáneo pasando por la posmodernidad. En Limbo ese orden cronológico se ha roto. Todo recurso narrativo puede aparecer en cualquier parte. Así, en sus páginas se encuentran como por arte de magia una joven mexicana que ha padecido un secuestro unos años atrás, y un autor que es de suponer que es Fernández Mallo aunque nunca se menciona, en ese juego performativo con su yo que tanto gusta del escritor gallego. Lo hacen en busca del Sonido del Fin, la utopía contemporánea que azuza el deseo del protagonista. Ella nos lo cuenta a partir de un monólogo de párrafo casi único, al estilo de Thomas Bernhard, él mediante una narrativa de fragmentos breves como la que se utilizara en Nocilla Dream. Aquí el autor profundiza en las posibilidades dialécticas entre los dos recursos y obtiene una narración más entrelazada, que sin ser una novela en el sentido clásico del término, sí deviene una narración completa e icónica de nuestro tiempo, como el pequeño icono que aparece en nuestra pantalla de ordenador y en su imagen en miniatura pretende simbolizar el mundo.
Pero el encuentro entre la muchacha mexicana y el narrador no es el único que presenciamos en la lectura de Limbo. También se encuentran el mencionado Heisenberg y Joseph Mengele, el carnicero de Austwichz, lo que no parece un encuentro como otro cualquiera, y es que es el libro que más riesgos políticos toma de los escritos hasta ahora por el autor coruñés. Aunque no se lleven a engaño, aquí no hay narraciones panfletarias. Se trata de lo político como lo problemático en una sociedad compleja. De ahí que entre las varias referencias literarias, las que más resalten sean la del Nuevo Testamento y La exhibición de atrocidades de J. G. Ballard, otra asociación aparentemente imposible pero que en este caso funciona, en especial, por la peculiar lectura que Fernández Mallo hace del texto religioso, al que considera el primer ejemplo de escritura post. En este sentido, y teniendo en cuenta lo mucho que se le criticó en el pasado su interés por lo anglosajón, resulta curioso que sea ahora por primera vez cuando una de las referencias principales del autor sea un escritor anglosajón como Ballard. En sus entregas anteriores las referencias principales habían sido Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Enrique Vila-Matas, lo que dice poco en favor de esas críticas de esos lectores no del todo atentos.
Todo este relato icónico se articula una vez más a través de la falsa autobiografía del autor a partir de la supuesta grabación de un trabajo discográfico en un extraño castillo en el corazón de Francia. De ahí la interacción problemática con la realidad, de ahí la búsqueda del Sonido del Fin que azuza el deseo del autor, de ahí las asociaciones imposibles. Fernandez Mallo trabaja de forma impecable –ya desde Nocilla Experience— un uso muy peculiar de la biografía ficticia que aquí no deja de funcionar.Del estudio de las epistemes de Foucault observo que la experimentación en la literatura es necesaria cuando tiene lugar un cambio de espisteme. Creo que Fernández Mallo aplica la experimentación y las asociaciones inverosímiles en estes senttido. Foucault profundiza mucho en ese espacio epistémico pero no avanza demasiado. No llega siquiera a la episteme moderna, aquella que pretendió analizar las fuerzas internas de la realidad mediante el marxismo, el psicoanálisis, el modernismo o las vanguardias históricas. Difícilmente hubiera llegado a la episteme que rige la literatura de Fernández Mallo, plagada de conexiones inversemblantes, que construyen un espacio nuevo en un momento en que la realidad está puesta en duda. Un limbo regido por la episteme del enlace y los sistemas complejos, desde la posmodernidad pero más allá en un momento de cambio como el nuestro.
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