lunes, 19 de marzo de 2012

AIRE FRESCO PARA LA CIENCIA Y LA LITERATURA


El otro día pensaba que tal vez me estaba tomando el tema de las relaciones entre ciencia y literatura como una cosa demasiado personal. el tema se había convertido en algo cerrado, como el cuarto en el que nos encerramos a pasar las horas en nuestra primera adolescencia. Ese en donde nos aislamos del mundo.

El artículo publicado el pasado 3 de marzo en El País por el historiador de la ciencia español, José Manuel Sánchez Ron, puede ser un buen aliciente para retomar ese debate. El texto contiene elementos muy sugerentes: La apuesta por la multidisciplinaridad, que para alguien formado en historia de la ciencia, como el que esto escribe, es acicate. Sin embargo, por momentos el texto peca en exceso de simplificación. Es cierto que la relación entre ciencia y literatura parece muy intensa en los últimos tiempos. Sin embargo, no resulta algo insólito, como no lo es que existan científicos que han sido escritores. De ello da fe el artículo que acompaña al de Sánchez Ron, a cargo de Sergio Fanjul, poeta, astrofísico y periodista. En mi opinión eso ha sucedido siempre. A nombres tan ilustres como Sábato, Musil, o Carroll habría que añadir la pléyade de médicos que han sido escritores (eso merecería una categoría aparte, pues son legión, pero me quedaré con los dos más famosos: Chejov y William Carlos William). Precisamente, en la literatura posmoderna norteamericana se ha tenido muy en cuenta lo que dice Sánchez Ron de que “cada vez es más patente e intensa la influencia de la ciencia y la tecnología en nuestras vidas”. El ya mencionado Thomas Pynchon en todos sus textos, y Don DeLillo (con obras como Ruido de fondo, Submundo o Ratner's Star) son los dos ejemplos más destacados. Aunque no debemos olvidar que hasta Jonathan Franzen tiene formación científica. También en el caso español, no es insólito encontrar a escritores científicos. Ya hemos hablado en esta bitácora de autores como Agustín Fernández Mallo, Germán Sierra, Óscar Gual, Javier Moreno o Miguel Serrano

Pero ahora que tenemos la estancia plagada de personalidades, el aire se hace irrespirable. Tal vez no se trate de nombres. De buscar a científicos que escriben o a escritores interesados por el hecho científico. Quizá sea mejor dejar que el espacio donde ciencia y literatura coexisten se ventile. Un poco de aire fresco nos va a ayudar a pensar de una manera sin duda más abierta y multidisciplinar.

1. Abramos pues las ventanas: 
Pensemos el papel de la ciencia en la narrativa de su época. Vicente Luis Mora, que suscribiría la idea de que ciencia y tecnología influyen cada vez más en nuestras vidas, afirma que decidió incluir la ciencia en su narrativa tras leer La Divina Comedia de Dante. Y Baricco dice que uno puede encontrar toda la tecnología de su época en La Ilíada. Y es que la buena literatura engloba todo el saber de su época y, desde la revolución copernicana, también el conocimiento científico. Así, no se entenderían ni Gargantúa y Pantagruel ni El Quijote, sin conocer la ciencia de su tiempo. Como no comprenderíamos por completo lo que nos quería narrar Flaubert en Madame Bovary sin la figura del boticario, simbolización perfecta del determinismo científico que recorría Francia en aquellos años. De la misma forma, el afán clasificador propio del científico aparece en Bouvard y Pecuchet. Y esa visión popular que el ciudadano tenía de la ciencia ya en los albores del siglo XX es la que nos permite comprender la psique de Leopold Bloom, el protagonista del Ulises de James Joyce.

2. Miremos a través de los porticones de esa ventana que hemos abierto: 
Contemplemos el paisaje. Estudiemos el detalle. Hablemos de Joyce y de los modernistas. Merecerían un tratamiento aparte. Mientras Joyce fue capaz de llegar a intuir el funcionamiento de los mecanismos del cerebro tal como hoy lo conciben los neurólogos (eso lo explica muy bien David Lodge en Pensamientos secretos), Proust llego a describir de forma detallada los mecanismos de la memoria con una antelación de al menos diez años respecto a la psicología. Un auténtico ejemplo de la interacción que la ciencia ha tenido y tiene con la literatura.

3. Finalmente, abramos la puerta de la habitación: 
Dejemos entrar en ella a Jorge Luis Borges y a Italo Calvino. No porque se trate de dos de los más grandes escritores de la historia de la literatura, sino porque esos dos autores van a disfrutar como la niña Alicia lo hizo en el país de las maravillas del juego entre la ciencia y la literatura. No en vano algunos críticos han llegado a considerarles como dos matemáticos de la literatura: por la estructura y la temática de sus obras, por su interés por los temas científicos. Y eso, sin necesidad de tener títulos académicos en ciencias. Así que ya los pueden imaginar montando y desmontando estructuras como juguetes en esa estancia que hemos tratado de acondicionar para que la ciencia y la literatura campen a sus anchas. El espacio de los científicos que se hicieron escritores, el de los escritores apasionados por la ciencia, y el de la literatura que engloba toda la ciencia y la tecnología de su época. Es la grandeza de las (amplias) relaciones entre ciencia y literatura.

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