Una vieja estrella
del rock en su declive, aguantando a duras penas la guitarra en una
esperpéntica gira, puede convertirse en terreno abonado adecuadamente en un
momento mítico de ese escenario geográfico, sobre todo si es de segunda fila. Las
visitas de Johnny Thunders (1953-1991) a Barcelona son quizá uno de los episodios
determinantes de la literatura pop recreada en la Ciudad Condal. A la que tuvo
lugar en 1986 y a los múltiples yonquis y camellos que conoció el cantante de
Nueva York, dedica muchas páginas Sabino Méndez en la aquí
reseñada crónica: Corre, roquer, poniendo especial interés
en la anécdota del yonqui que le acompañó a comprar heroína en el Chino, y que
se acabó convirtiendo en el fantasma del cantante. También en una visita de
Thunders a Barcelona se inspira la aclamada novela de Carlos Zanón (Barcelona,
1966): Yo fui Johnny Thunders, pero lo
hace a partir de otro fugaz concierto, este escondido a mitad de camino entre
el recuerdo y la leyenda, el del Magic de 1989, solo dos años antes de la
muerte del cantante y guitarrista.
Thunders se apoya en
un músico local: Mr. Frankie, para ocultar su deplorable estado en aquella
actuación. Mr. Frankie, también conocido como Francis, es un músico de
punk-rock que tiene que volver a su barrio tras haber fracasado en su intento
de triunfar en el mundo de la música. Ahora es un alma rota, un ex drogadicto
que tiene que volver a vivir con su padre, un anciano con un pasado también
turbio. El viejo está acusado de abusar de su hija adoptiva: Marisol,
hermanastra de Francis, en su tiempo enamorada del protagonista cuando era
joven, y ahora embarcada en una relación con el maduro dueño de un bingo. Sera
su amante el que le conseguirá un trabajo de guardia de seguridad y, más tarde,
mensajero, que le permita a Francis obtener el dinero necesario para seguir
viendo a sus hijos, sobre todo al mayor: Víctor, ante la demanda de su ex
mujer.
Es este medio ambiente
sórdido el que le permite al narrador bucear en las miserias del pasado de
Francis cuando pretendía ser alguien importante: Mr. Frankie. Se suceden los
excesos del pasado, las vidas rotas, las esperanzas quebradas. También ese
pasado es el que introduce el rock con naturalidad en la narración: los locales
roqueros de Castelldefels, la calle Escudillers, los hippies, el punk campando
a sus anchas por Barcelona, un concierto a media luz el año 1993 (págs.
215-219)... La cumbre del protagonismo de la música la experimenta la canción
“Debaser”, de The Pixies. Se introduce un análisis de la canción en el capítulo
33 “Chien Andalusia” (págs. 220-224); para después llevarlo a la práctica en el
siguiente capítulo, en una fuga frenética que muestra claramente que el
narrador ha entendido el ritmo (págs. 225-229). “Debaser” es una de las
canciones más frenéticas de The Pixies, forma parte de Doolitle, el segundo LP
de la banda, y puedo asegurarles que escuchar esa canción, que tantos recuerdos
me devuelve, y leer ese capítulo 34 de Zanón: “Niño mutante”, provocan
sensaciones hermanas. Nunca antes había tenido una experiencia tan epifánica
entre literatura y rock.
El rock, sin
embargo, es la banda sonora que acompaña una sórdida historia de literatura
negra, una historia de barrio protagonizada por matones de medio pelo y viejos
ex delincuentes que pretenden una vida más cómoda regentando negocios más
respetables, como el actual novio de Marisol. Es una trama que pone a prueba a
los personajes, con todas sus poliédricas caras. En ese punto, a la persona
lectora le chirrían ciertas convenciones de un género artificial como es el noir. Pero eso acaba no siendo un
problema. Lo más destacable en esta novela, es la construcción arquetípica de
esos perdedores que habitan sus páginas. Si para este lector el problema de la
narrativa de Méndez es su engreimiento, este brilla por su ausencia en el
narrador de Yo fui Johnny Thunders.
Para numerosos críticos, el autor se emparenta con Vázquez Montalbán. No diré
que no porque existen paralelismos, pero para mí, los personajes y las
descripciones psicogeográficas también recuerdan mucho a Marsé.
Estamos hablando,
por tanto, de literatura. Zanón se inició como poeta, pero no es la suya una
prosa poética, sino una escritura sencilla que pierde el compás en algunos
momentos. Sin embargo, la fuerza de los personajes, sobre todo la del
protagonista principal, Mr Frankie/Francis, compensa con creces las carencias
estilísticas. Yo fui Johnny Thunders
puede ser una novela negra. Pero, si se obvian los necesarios clichés del
género, es una novela de la vida real, con las miserias cotidianas y los
lugares oscuros de las personas que la habitamos, que a uno le traen a la
memoria a amigos y a antiguas parejas, los que están y los que dejaron de estar,
pero que han poblado su universo personal, y eso solo es posible gracias a una
buena novela, como la de Zanón. Lástima del titubeante final. Cuando la emoción
se encuentra en el punto más álgido, el narrador la disipa.
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