En un típico viaje en AVE entre Madrid y Barcelona, ante la
vertiginosa observación de un paisaje que se escapaba a una velocidad de
vértigo de mis ojos, pensé en lo fundamental que había sido ese paisaje que se
me esfumaba para los poetas románticos o los escritores de la mal denominada
generación del 98, y en lo mucho que la tecnología y los medios de transporte
condicionaban esa observación. Pensé que los nuevos vehículos de un lejano
futuro también condicionarían las observaciones de esos románticos y
modernistas del espacio, emocionados por la contemplación del sol dominando su
sistema, o por el azul turquesa del planeta que representaría su mito de
origen. Pues bien, en su último poemario: Serie
(Pre-Textos, 2015), Vicente Luis Mora iguala y supera esa observación, ya desde
el inicio, cuando en el único poema del prefacio: “Épica de los gases constructores”,
imagina las emociones del poeta que observa la galaxia más lejana en un
universo en continua expansión.
En realidad todo el poemario podría formar parte de esa
antología modernista del futuro por los dos elementos centrales que
caracterizan la poesía de Mora:
1) El dominio de los recursos poéticos, como las citas
referenciales a Quevedo (22), Valente (24) o Dante (27); el verso metapoético
becqueriano (“Así debería ser la poesía” [14]); el uso de figuras retóricas
como la aliteración (“el poema es gota, gorgoteo, boj de jerga” [35]), la
cacofonía (“Porque la sequedad./ Porque la seca edad” [35] o el polisíndeton
(“y se incrustaron entre las costillas:/ y se agarraron a tus intestinos:/ y se
anegaron en tu digestión:” [37]); o el uso de las distintas variedades
poéticas: verso libre, poesía en prosa, estrofa rimada, haiku...
2) La introducción sistemática de elementos tecnocientíficos
para una mayor profundidad reflexiva de sus versos, siempre interesados en
pensar la poesía desde la contemporaneidad.
El primero de los elementos resulta fundamental en un poeta
que persigue la esencia del universo que nos envuelve y lo entronca con la
historia de las ideas o el conceptualismo barroco—también con Borges y Valente—,
y le lleva a tratar la realidad desde el escepticismo de Baudrillard. A partir
de la mención al pensador francés, el segundo resulta lógico, pues Mora, como
Baudrillard, está fascinado con la tecnociencia y la cultura de la imagen, y
esa es una fascinación (escéptica) que viene de lejos, pues ya en su anterior
poemario: Tiempo—aquí la reseña en mi
blog—, la
reflexión sobre la tecnología y la influencia del venerado y citado Ammons
estaban muy presentes. Si bien en este caso nos encontramos con un poemario con
una estructura y una intencionalidad muy diferentes.
Si en Tiempo nos
enfrentábamos a un poema largo y único sin secciones, en Serie, como su mismo nombre indica y como el propio autor advierte
en su bitácora, nos encontramos con series de poemas. El poemario se divide en
8 secciones o series y un poema final al alimón con Javier Fernández que ejerce
de bonus track. De esta aplicación
numerológica a la poesía destaca la última de las secciones, del mismo nombre
que el poemario: “Serie (neuropoemas)”. En ella Mora convierte los poemas en
matrices matemáticas cuadradas, cada uno con el mismo número de versos que de
sílabas, que en orden descendente, colapsan en el esencial 1x1 final.
Si Tiempo dotaba a
la experiencia (el viaje al desierto de White Sands) de un traje conceptual que
analizara las imágenes de ese desierto que observábamos en el artefacto que
suponía el poemario, Serie es más
reflexivo. Tanto que en una sección como la cuarta: “Ecdótica de la imagen”,
encontrarán muchas reflexiones en torno a la representación visual como: “¿Cuál
es el estatuto/ ontológico de la imagen?” [62], y también mucho de numerología
y de un lector de Leibniz atrapado en Black
Mirror, pero ninguna imagen real.
Si en Tiempo la
posición del texto en la página, la inserción de imágenes y los elementos
tipográficos resultaban fundamentales, la influencia de Mallarmé en Serie es más de corte conceptual y va de
la mano de Leibniz y Baudrillard.
Podría decirse que nos enfrentamos a un poemario más
reflexivo, una nueva entrega del proceso de madurez del poeta, que convierte la
narrativa de viajes que utiliza en “Historia de tres ciudades” en un poema en
tres partes sobre historia de las ideas, capitalismo y deseo. Pero también
podría decirse que nos encontramos ante el primer poeta modernista del espacio,
capaz de convertir la “serie” de doce poemas que conforman “Los viajes de
Saasbeim” en una aventura espacial que poetiza la emoción que se siente al
atravesar un agujero negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario