Siempre pensé que la ciudad de Miami era para la literatura
escrita en castellano, a diferencia de para la literatura escrita en inglés, un
territorio
ideal para ser narrado desde la ciencia ficción.
Entre otras cosas porque es un territorio que choca al hispanohablante cuando
aterriza y observa esos rascacielos y los trenes circulando entre esas torres
en unas calles donde se escucha el castellano de forma mayoritaria aunque con
diversos acentos. Dado que este es un paisaje inexistente en las urbes
iberoamericanas, el hispanohablante se encuentra de pronto en un entorno que le
parece sacado de un Blade Runner
tropical. Guillem López debe haber tenido una idea parecida, porque la novela Challenger, publicada en Aristas Martínez,
narra precisamente el desastre del transbordador del mismo nombre, que tuvo
lugar en 1984, desde la óptica de los habitantes de Miami, y lo hace con una
perspectiva influida claramente por la ciencia ficción y la fantasía.
La novela, escrita a partir de 73 fragmentos, los 73
segundos que se mantuvo el transbordador en el aire hasta el momento de su
explosión, se estructura como una red en que se entreteje las vidas de los
personajes que pueblan el Miami de los cubanos, pero también de los “gringos” que
viven en la ciudad y trabajan en la NASA, o en el Hospital Central de Miami,
con la explosión del transbordador espacial.
Pese a un arranque cargado de tópicos y personajes
estereotipados extraídos de la visión que tenemos en España del “American way
of life”, a veces sin experimentarlo, la novela remonta el vuelo en la mitad
porque mantiene intactas sus dos virtudes en todo momento:
- La potente apuesta estética que conecta a todos los personajes mediante una red de interacciones invisibles en donde todo está conectado y que el texto justifica a partir de teorías científicas (los universos paralelos, la teoría de sistemas dinámicos), pero también de la magia y la fantasía.
- El enorme talento del autor al escribir imágenes de terror o tramas fantásticas, además de dominar al dedillo las referencias de la cultura pop.
Así, al alejarse del realismo y dar voz a los perros o a los
encendedores, la novela enriquece su mensaje y potencia su apuesta fantástica,
que podría exponer de muchas formas, pero que resumiré con una cita extraída
como consecuencia de la explosión del transbordador espacial al principio y
alerta al lector de lo que se encontrará, y que cuando se pone en práctica
desde el género fantástico, se aleja de la previsibilidad de algunos fragmentos
iniciales:
Trescientas mil personas no le darán importancia alguna; un técnico llamado Neill derramará su taza de café al acercarse a la pantalla y perderá su empleo; una jubilada de Miami, llamada Meg, creerá haber visto el rostro del diablo, al igual que un predicador de Salt Lake City con el que no tiene relación alguna y otras setenta y tres personas anónimas de las cuales, una, se suicidará; Edward Clark, en su apartamento, numero 73 de Shakleton Road, en Kennesaw, Georgia, apagará la televisión y retornará a la lectura de El corazón de las tinieblas; mientras que Lloyd Frances, en Graffton, Masschusetts, saldrá a dar un paseo y resbalará en el hielo de la entrada, con tan mala suerte que se romperá tibia y peroné en la caída; ochenta y seis personas relacionarán la extraña interferencia en la señal con el desastre del transbordador espacial Challenger que tendrá lugar casi a la misma hora. De ellas, siete padecerán extrañas pesadillas esa misma noche; dieciséis lo contarán de forma suspicaz a su familia durante la cena; una descubrirá que está preñada; dos sufrirán un infarto en los tres días siguientes; veinte jugarán a la lotería y solo uno resultará agraciado con un premio de tres millones doscientos sesenta mil dólares que le costará su matrimonio y con el que comprará el flamante Ferrari Testarossa en el que morirá, durante la Nochevieja de mil novecientos ochenta y siete, en Santa Bárbara, Caifornia (35-36).
Cabe remarcar que, al situar la acción en la década de 1980,
el autor puede recuperar buena parte del imaginario de la Guerra Fría, que
había quedado un tanto olvidado en la literatura española reciente que utiliza
a la ciencia como un referente cultural. En este sentido, ha sido muy grato
reencontrarse con espías rusos o con referencias a la CIA después de tanto
tiempo.
Sin embargo, lo que más celebro es que el autor implícito de
la novela haya considerado a Miami como un territorio idóneo para desarrollar
una serie de tramas relacionadas con la ciencia ficción y la fantasía. Debo
confesar que no conocía a Guillem López. Y creo poder asegurar que él no
conocía nada sobre mi teoría acerca del Miami hispano, así que debe haber sido
una de esas conexiones inexplicables lo que debe haberse puesto en fase.
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