No todos los días se encuentra uno con una novela que desde
la tradición literaria internacional más excelsa y académica, la que conforman
nombres como Thomas Pynchon, Vladimir Nabokov o Cervantes—nítidamente anglosajona
en los últimos tiempos—, haga una propuesta claramente latinoamericana. No es
normal tampoco que una editorial apueste por una novela así, difícil, culta—tan
culta que tiene índice onomástico al final del libro, como un texto académico—,
en los tiempos mercantiles en los que vive el mundo editorial. En una extraña
conjunción de los astros, ambos hechos han tenido lugar con la publicación de Okigbo vs. las transnacionales y otras
historias de protesta, del mexicano Luis Felipe Lomelí, publicado por la
editorial La Pereza de Miami, y que el autor tendrá a bien presentar el próximo
22 de agosto en la ciudad de los editores.
La colección de historias que conforman la novela (así
podemos considerar al libro) narra, de una forma compleja, con numerosas
digresiones y continuas y extensas notas al pie, la biografía de Okigbo
Richardson ‘Ndajeé, profesor de la universidad de Iowa que se enfrenta a los
grandes poderes económicos contemporáneos y acaba desapareciendo en extrañas
circunstancias.
En la novela se tratan todos, y digo bien, todos los temas
clave del pensamiento contemporáneo. Desde el nuevo orden económico y la lucha
de los grupos de resistencia contra estos poderes, hasta la historia y la
filosofía de la ciencia, y es de ese hecho de donde extraigo que nos
encontramos frente a un escrito culto, aunque no exento de humor e ironía, como
cuando hace referencia al “formato digital, pues es menos contaminante” (42), o
en los deslices de Okigbo con su sobrino Lincoln y otros muchachos que aparecen
en la narración, siempre desde el supuesto diario del protagonista principal.
Como texto heredero de la literatura más literaria, la
narración tiene un complejo juego de narradores, como Søren Van Dyke
Sechenhaye, editor de la obra de Okigbo de origen congoleño y residente en
Europa—como ven, el juego con los nombres de origen occidental es irónico e
importante—, el traductor: Bally Rodriguez, o el propio Lomelí, que se erige
en corrector de estilo de la obra, que es lo que al final somos todos los
escritores. Estos tres personajes se reparten el protagonismo de la narración
junto a Okigbo desde la portada, donde aparecen los cuatro como autores, y
continúa en el aparato de notas donde los tres conformadores del relato
biográfico se comunican y nos muestran la imposibilidad de narrar la verdad de
un suceso. Además de hacer un guiño al pensamiento latinoamericano frente a los
grandes centros occidentales gracias a que dos de las voces artífices de la
narración provienen de allí. Y digo latinoamericano y no hispanoamericano,
porque después de la reflexión sobre el uso de la palabra “papalotes”, al
lector le queda claro que en el texto también subyace una critica a cualquier
tipo de colonialismo, incluido el español.
En este sentido, para qué negar que me ha entusiasmado la
crítica a esa Catalunya que repudia lo multirracial aunque el supuesto
corrector Lomelí acabe viviendo en Siurana. Y también la fina ironía que los
múltiples autores implícitos desarrollan con algunos elementos de la cultura
pop (“Harmony of All the Living (HAL)”
[58]). Pero el tema real del libro es el papel del arte en la sociedad
contemporánea, y cómo este queda secuestrado por ciertos intereses: “para
muchos de los visitantes, el arte sólo era arte si alguien así lo afirmaba”
(122). En el libro encontramos una crítica sistemática al pensamiento
occidental. Pero la ironía con que los narradores van presentando la obra
ensayística de Okigbo impide que se trate de una novela de tesis que pretenda
sentar cátedra. Al contrario, nos encontramos con un texto heredero de la
posmodernidad pero netamente latinoamericano que propone un nuevo paradigma
para el arte. Nada menos.
2 comentarios:
Me gusta. Me quedo por el blog :)
Me alegra. Eres bienvenida. Esta es tu casa.
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