En ciertas ocasiones el recurso literario más potente para denunciar una situación compleja es la alegoría. Así resulta en la renombrada película de Luis Buñuel, El ángel exterminador, una crítica feroz a la burguesía. Así ocurre con la primera novela de Alberto Chimal, Los esclavos.
Para empezar, cabe decir que el texto de este magnífico cuentista se conecta con ciertas tendencias estéticas y argumentales de la literatura latinoamericana reciente, por cuanto no es un libro que haya surgido de la nada. Así, entre sus páginas uno recuerda las referencias al cine porno latinoamericano del que tan profundo conocedor era Bolaño, el gusto por el fetichismo de Barbie, la nouvelle del escritor venezolano Slavko Zupcic, o las complejidades escatológicas de Mario Bellatín, que aparece citado de forma solapada en la novela como un personaje que se entrevista con dos de los protagonistas.
El relato consta de dos historias que se entrelazan: la joven Yuyis, explotada por Marlene, una madame de la que después nos enteramos que es su madre, que la utiliza para hacer películas porno y prostituirla con altos cargos de la policía y el gobierno mientras se embolsa el dinero o se salva de que el peso de la ley caiga sobre ella. Y Mundo, el gris funcionario, padre de familia sumiso, que inicia una absorbente relación masoquista con su amo, que no es otro que Golo, uno de sus jefes en el trabajo, además de tratarse de una persona significada en la alta sociedad mexicana, cosa que conocemos no porque nos lo diga el narrador, sino por los diálogos en los que participa y las relaciones que mantiene durante todo el texto más allá de la relación sadomasoquista con su subordinado. Ambos protagonistas, las víctimas, se relacionan, actúan, son esclavos. Lo son además, a través del sexo, que se presenta en la novela como el elemento clave para la dominación entre seres humanos. Y aunque en muchos pasajes del relato tienen la oportunidad de quedar en libertad (no sé hasta que punto podemos hablar de recuperar la libertad porque en ningún momento parece que Yuyis o Mundo hayan disfrutado de ella), son seres socialmente torpes, dependientes, incapaces de liberarse de esas cadenas que no saben por qué les atenazan. Yuyis se comporta muchas veces como una tonta, Mundo como un animal. No hay un cambio de conciencia apreciable hasta el último momento, y es extraño. Pero no voy a explicárselo y chafarles el final.
La novela encierra en este sentido una profunda alegoría de México. El escritor parece decirnos que buena parte de la sociedad mexicana se encuentra en esa situación, son esclavos, frente a una serie de personas que los explotan que, si bien no forman obligatoriamente parte de la clase alta, sí tienen relaciones con ellos. Grupos organizados (bien podría tratarse de mafias, en este caso del sexo) que funcionan con el visto bueno de esa clase dirigente. Una clase alta que, pese a vivir en un estado de clara dominación sobre esa población supuestamente esclava, lo hace encerrada en sí misma, con miedo a interactuar con un mundo (y de ahí lo paradójico del nombre del sumiso Mundo) que temen por desconocido, de la misma forma que lo hacían los personajes deEl ángel exterminador. Terrible alegoría que al consultar la prensa en Internet sobre México y quedar muchas veces estupefactos, nos hace plantearnos si efectivamente podría ser verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario