jueves, 21 de julio de 2016

Corazón Contracooltural - Suburbano

Corazón Contracooltural - Suburbano


Debo confesarlo. Yo también he acabado rendido a la prosa y las psicogeografías de Iain Sinclair. Si, además, su prosa es vertida al castellano por Javier Calvo, de quien conocemos, junto a sus novelas, su oficio para mantener el espíritu de las obras que traduce del inglés, sin duda la rendición y la admiración son las únicas reacciones posibles ante la obra de este genial escritor nacido en Gales en 1943. En especial, cuando se leen fragmentos como este: “La precisión del ballet de los gestos y las señales de sus brazos mientras dirigía aquel torrente de palabras, cambiando de ritmo, pellizcando con fuerza la colilla del cigarro entre el índice y el pulgar” (95), que ponen en evidencia tanto la prosa poética que desarrolla el autor como las dificultades con las que se encontró el traductor.

Esta combinación, que ya se produjera inicialmente en 2015 con la traducción de unas selecciones del libro donde Sinclair trabaja con mayor detalle su psicogeografía personal, London: City of Disappearances, publicado aquí como La ciudad de las desapariciones gracias a la buena labor de la editorial Alpha Decay, ha vuelto a tener lugar con la aparición en el mismo sello de American Smoke: Viajes al final de la luz.

En este caso, se trata de la psicogeografía de Sinclair por el vasto territorio norteamericano (incluidos Canadá y México). Como no podía ser de otra forma tras leer en la primera página: “llegué a América con la esperanza de volver a conectar con los héroes de mi juventud” (11), el resultado final de American Smoke resulta en una curiosa combinación. Un texto relacionado con la tradición europea de la narrativa de viajes que elevaran a las cúspides de la alta cultura autores recientes como Claudio Magris o W. G. Sebald, pero enfocado en el malditismo cultural norteamericano. No solo en los beatniks, aunque estos sean los principales protagonistas del trayecto cultural, también en los poetas Charles Olson y Dylan Thomas, y los escritores Malcom Lowry y Roberto Bolaño.

El libro se configura como el intento de crear una nueva mitología que sustituya la creada anteriormente por el autor en torno a un Londres arrasado por la expansión inmobiliaria y el éxito (12). Y esa mitología la construye en torno al oscuro Olson, En la carretera de Jack Kerouak, la personalidad de William Burroughs, que resulta “el gran encuentro” (195) del libro, los aullidos de Allen Gingsberg, “un vampiro de fama, de inmortalidad” (145), y el México maldito que atrajera en la misma medida a Lowry, a los beatniks y a Bolaño.

Para ello, Sinclair se apoya en sus amplios conocimientos en cultura pop estadounidense, en unas descripciones increíbles de los ambientes que recorre, y en una serie de entrevistas con personajes secundarios del relato de la contracultura norteamericana, como el muy impactante Gregory Corso o el poeta Gary Snyder y su particular visión de la ecología. Lo hace con una curiosa estructura que divide el manuscrito en cinco partes: Océano, Fuego, Humo, Montaña y Ceniza. El resultado es tan peculiar que en buena parte de los pasajes la acción  transcurre íntegramente lejos del territorio estadounidense, como en las transcripciones del diario de Muriel Walter. Pero para retornar a la radiografía de la sociedad que ha dominado la producción cultural de la segunda mitad del siglo XX. En realidad, no es un libro de viajes a través de EEUU, sino un libro sobre cómo viajó la cultura yanqui por Gran Bretaña entre toda una generación de escritores y lectores. 

Sin embargo, resulta curioso que en un libro centrado en la fascinación norteamericana de un escritor galés, México esté tan presente. Ello se debe a que, según Sinclair: “Lowry establece el modelo” (235). Y en el escritor inglés, tal como se observa en Bajo el volcán, las huidas a México (y al infierno en la misma medida) son sistemáticas. Hasta el punto de que Lowry va a ser la causa que va a llevar al autor hasta Vancouver en la construcción de su psicogeografía norteamericana. Es este modelo de huida lo que pone en movimiento a Sinclair y vertebra el texto hasta que, en la última de las “huidas” del autor, se reencuentra con dos libros de Margerie Bonner que fueron suyos y con los que se cierra el círculo de esta narración psicogeográfica.

sábado, 2 de julio de 2016

¿La era del audiolibro? - Nagari Magazine

¿La era del audiolibro? - Nagari Magazine



Este texto supone un parón en la serie que hasta ahora estaba dedicando a las relaciones entre tecnociencia y literatura en el caso latinoamericano. Merece la pena porque también se trata de analizar un fenómeno tecnológico que puede influir en la lectura y su consumo.

Desde hace unos pocos años, la plataforma Seebook ha intentado comercializar ebooks con soporte físico a partir de tarjetas que conservan la carátula y permiten descargar el fichero digital mediante un código QR o uno alfanumérico. De la misma forma que como está sucediendo con la industria discográfica, Seebook combina lo digital con lo físico en un formato híbrido muy del gusto de quien esto escribe. Ahora, con la misma apuesta por la hibridez, han decidido atreverse con los audiolibros. Esta reseña trata de dialogar con ese formato a partir de la escucha del audiolibro Colección Grandes de la Literatura Universal, que incluye las novelas: Bel Ami, de Guy de Maupassant, David Copperfield de Charles DickensCumbres Borrascosas de Emily Brontë y La dama de blanco de Wilkie Collins. Me alegra además, que esta reseña coincida con la Semana del Audiolibro, para  que se incorpore al debate que se va a formar en estos días en torno a este formato.

No hablo en ningún momento de un “nuevo formato” porque, consultándolo con académicos y lectores de mayor edad, más de uno recuerda las casetes con clásicos de la literatura y el pensamiento. En especial, en EEUU, donde este formato sirvió para ilustrar a varias generaciones en los kilométricos atascos que ya tenían lugar en la América de la década de 1970. Hablaré más bien de una reactualización al mundo digital, que puede ser muy positiva en una sociedad con unos modos de vida en donde el tiempo se está convirtiendo en el bien más preciado. Desde esta perspectiva es como he podido disfrutar de la audición de estos clásicos mientras conducía y preparaba la comida. Debo decir que ha resultado una experiencia satisfactoria dada la sensación de aprovechamiento que me invadía. Tiempo hacía que quería leer algunos de los grandes títulos de la literatura victoriana de los que he podido disfrutar y para los que nunca tenía ídem. En ese sentido, el producto cumple las expectativas al cien por cien. Cabe decir, desde un espíritu crítico, que la dramatización que se utiliza a veces resulta repetitiva e impostada, y ese es un aspecto que quizá debería mejorarse. De la misma forma, no tengo claro que la adaptación o reducción de un texto sea buena estrategia. Los potenciales consumidores de estos audiolibros, al menos los que estamos interesados en escuchar los clásicos, vamos a valorar más el producto original traducido que una síntesis. El gran público consumidor, ante la misma tesitura, siempre elegiría un formato visual del texto: la película o la serie, por cuanto no veo la ventaja comercial de reducir el texto. Bien es cierto que la adaptación no se da en todas las novelas sino en alguna.

Dicho esto, mencionar que la experiencia me ha servido, y mucho, para reflexionar sobre la literatura del siglo XIX. Desde hace algún tiempo, me preocupaban las afirmaciones de algunos autores contemporáneos sobre la importancia e influencia de la literatura británica del siglo XIX en su obra. Para mí, por formación, las grandes literaturas del siglo XIX eran, por orden cronológico, la francesa y la rusa, y más de una vez pensé que se estaba cometiendo el error de reescribir la historia de la literatura desde el bando de los vencedores. En este caso, de los vencedores culturales. Tras casi veinte horas de escucha de un audiolibro donde la producción anglosajona era mayoritaria, he comprobado porque muchos de mis colegas están más influidos por la literatura victoriana que por otras. Se trata de una literatura que ha envejecido mejor. Básicamente, a partir de un recurso que se puede encontrar tanto en David Copperfield, como en Cumbres Borrascosas y La dama de blanco: el uso de la primera persona para la narración. En el caso de las dos últimas, además, la utilización del narrador interpuesto, el uso de una voz en primera persona que se contrapone a otras en la misma narración a partir de diarios o declaraciones juradas, hace que estos textos tengan una completa actualidad formal.


En su brillante ensayo publicado en 2003: La conciencia y la novela (Counsciousness and the Novel en inglés), el narrador inglés David Lodge muestra que la literatura en primera persona le ha quitado el protagonismo al narrador omnisciente en la narrativa novelesca en las últimas décadas. Ese hecho se observa ya en la literatura victoriana a través de sus recursos. Siempre se puede analizar esta realidad formal como una victoria de la cultura anglosajona, y no por razones estilísticas. Pero se observa que el uso de un narrador omnisciente, tan común en la novela realista francesa y, por tanto, en Bel Ami, que se me ha antojado un pastiche mal elaborado de El rojo y el negro, ha envejecido mucho. El notable peso de la teoría y el pensamiento de su época en la sociedad europea continental, han ajado su producción cultural de hace dos siglos. Curiosamente, todas estas reflexiones han surgido de la escucha de una serie de clásicos compilados en un audiolibro a través de formato digital. Lo que muestra que las nuevas tecnologías y los modelos híbridos pueden ayudarnos a seguir reflexionando sobre las humanidades y la literatura, más que impedirnos su disfrute.