miércoles, 26 de agosto de 2015

CHARLA CON LUIS FELIPE LOMELÍ

Con Luis Felipe Lomelí, la gente de La Pereza Ediciones y Maria Gracia Pardo en University of Miami.

Buen acto con un gran escritor, excelente orador y mejor persona.




jueves, 20 de agosto de 2015

La red Bolaño - Suburbano

La red Bolaño - Suburbano


Mucho se ha hablado de Los detectives salvajes, la célebre novela del también célebre Roberto Bolaño. Se ha hablado de la vitalidad que desprende, que llevó a muchos jóvenes a iniciarse en la literatura tras leer esa novela; del sino de los poetas latinoamericanos, comparable al sino de los simbolistas franceses del siglo XIX; del carácter posmoderno de la obra, con una estructura rizomática, en red pero sin centro. Excepto del último punto y su carácter formal, no hablaré de nada de eso en esta entrada.

En el vídeo que acompañaba al magnífico volumen de ensayos Bolaño salvaje (Candaya, 2008), coordinado por Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón, Rodrigo Fresán advierte de que la fascinante biografía personal de Bolaño puede apantallar la importancia de su obra. Han pasado más de doce años desde la muerte de este genio de las letras y, aunque su figura sigue obnubilando, es su obra lo que se mantiene para los que disfrutamos de su escritura. De ella será de lo que hablemos.

En una columna dedicada a la estética del enlace, publicada hace ya tiempo, quien esto escribe mencionaba la obra completa de Bolaño como uno de los ejemplos de esa estética contemporánea del enlace, o lo que es lo mismo, de la interconexión sistemática y generalizada de contenidos. Hacía esa observación después de presenciar la exposición “Archivo Bolaño”, comisariada por Ignacio Echevarría. Un libro como Los detectives salvajes, elevado a los altares de la literatura posmoderna contemporánea y narrado a partir de esa escritura rizomática antes mencionada debería contradecir mi hipótesis. Pero una lectura detallada del libro confirma mis palabras y demuestra que ese rizoma, estructurado a partir de complejas y potentes simetrías envuelve toda la obra del autor chileno, dándole otra significación.

Es cierto que a Bolaño se le ha calificado como el gran escritor posmoderno en lengua española por el uso de estructuras rizomáticas, por la fragmentación de sus obras y por el carácter metaficcional de sus tramas, protagonizadas por escritores en la mayor parte de los casos. Los detectives también cumple esas premisas, al narrar la historia de un grupo de poetas que pretenden fundar un movimiento literario en el México de la década de 1970 como si fuera una novela policíaca. Pero esas características no son óbice para que encontremos muchos enlaces entre la novela y otros textos de Bolaño. No solo me refiero a la aparición de Auxilio Lacouture, narradora de Amuleto, testimonio único del capítulo 4 de la segunda parte de Los detectives salvajes. En el libro nos encontramos también con el escritor francés Arcimboldi (170), primer intento de materializar al escritor alemán Benno von Archimboldi, el protagonista de la trama metaliteraria de 2666 junto con los desiertos de Sonora, que también figuran en Los detectives salvajes cuando los protagonistas se lanzan a la búsqueda de Cesárea Tinajero, la primera poeta del realismo visceral. De hecho, existen paralelismos notables con la otra gran novela de Bolaño, como la mención a Santa Teresa (408), la ciudad imaginaria en donde se desarrollará la acción principal de una de las partes de 2666, del que la propia Tinajero apunta el título: “allá por el año 2600” (596), hasta el punto de observarse una simetría creativa. En este sentido, muchos son los críticos que han tratado de explicar la novela póstuma del escritor chileno en una búsqueda a veces infructuosa. Por eso se ponen los pelos de punta cuando, al llegar a la página 397 nos encontramos que: “el meollo de la cuestión es saber si el mal (o el delito o el crimen o como usted quiera llamarle) es casual o causal. Si es causal, podemos luchar contra él, es difícil de derrotar pero hay una posibilidad, más o menos como dos boxeadores del mismo peso. Si es casual, por el contrario, estamos jodidos. Que Dios, si existe, nos pille confesados”, que es a mi entender el tema principal de 2666.

Lo más interesante del caso es que las conexiones no se circunscriben solo a las dos grandes novelas de Bolaño, o a una secuela de Los detectives salvajes, como es Amuleto. También se extiende a otras piezas menores como el relato “Clara”, publicado en Llamadas telefónicas, que surge de una supuesta relación sentimental autobiográfica de Arturo Belano, y que en Los detectives se cita de forma parcial y con un desenlace distinto a través del testimonio de María Teresa Solsona Ribot (511-525). Son estos enlaces los que me permiten afirmar, dado el breve tiempo en que Bolaño desarrolla la mayor parte de su obra (entre 1996 y 2003, la fecha de su muerte), que ésta ya se encuentra más o menos desarrollada en su mente y es una imagen TAC de esta, aunque es cierto que también sufrirá variaciones en el momento de concretarse en el negro sobre el blanco de la página.

En este sentido, si comparamos la obra de Bolaño con las posmodernidad tardía, en particular con la cinematografía de Quentin Tarantino, autor canónico de la posmodernidad fílmica, y más concretamente, con su película bélica: Inglourious Basterds (Malditos bastardos en España), en este film encontramos los elementos tópicos del posmodernismo tardío. En especial, el desinterés por el realismo, el uso del pastiche, el gusto por los géneros y la inclinación por la parodia. A Tarantino lo que menos le importa es el rigor histórico de la película. Prefiere decantarse por el juego metaficcional. Esto se observa a las claras en el tercer capítulo de la película: “German Night in Paris”, donde toda la trama es cinematográfica hasta la inversosimilitud (difícilmente se sustenta desde el realismo que una judía adolescente huida de la Lorraine acabe regentando un cine ella sola en el París ocupado en tan solo tres años). Pero eso no le importa en absoluto a Tarantino, y la historia se aguanta bien porque en todo momento se ha narrado desde esa perspectiva y el espectador está preparado para las menciones a directores alemanes de cine y al cine bélico norteamericano.

Podemos hacer un paralelismo entre Inglourious Basterds y Los detectives salvajes. Ambas, se sustentan por una trama meramente metaficcional. Pero los enlaces que se observan en Los detectives con el resto de la obra de Bolaño brillan por su ausencia en la película de Tarantino pese a que este sea autor de una extensa obra. La película de Tarantino es claramente posmoderna, Los detectives resulta ser una obra más que posmoderna, pues anticipa toda la obra futura de su autor, desde su otra gran novela: 2666, hasta algunos de sus relatos menos comentados. Se puede afirmar que toda la obra de Bolaño está conectada por una red de personajes, motivos, ciudades… Y de esta forma, el autor construyó un gran relato de su contemporaneidad a partir de relatos parciales y fragmentarios de distintos géneros y estilos, lo cual es significativamente distinto al posmodernismo canónico.

lunes, 10 de agosto de 2015

Un nuevo paradigma para el arte desde Latinoamérica - Nagari Magazine

Un nuevo paradigma para el arte desde Latinoamérica - Nagari Magazine


No todos los días se encuentra uno con una novela que desde la tradición literaria internacional más excelsa y académica, la que conforman nombres como Thomas Pynchon, Vladimir Nabokov o Cervantes—nítidamente anglosajona en los últimos tiempos—, haga una propuesta claramente latinoamericana. No es normal tampoco que una editorial apueste por una novela así, difícil, culta—tan culta que tiene índice onomástico al final del libro, como un texto académico—, en los tiempos mercantiles en los que vive el mundo editorial. En una extraña conjunción de los astros, ambos hechos han tenido lugar con la publicación de Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta, del mexicano Luis Felipe Lomelí, publicado por la editorial La Pereza de Miami, y que el autor tendrá a bien presentar el próximo 22 de agosto en la ciudad de los editores.

La colección de historias que conforman la novela (así podemos considerar al libro) narra, de una forma compleja, con numerosas digresiones y continuas y extensas notas al pie, la biografía de Okigbo Richardson ‘Ndajeé, profesor de la universidad de Iowa que se enfrenta a los grandes poderes económicos contemporáneos y acaba desapareciendo en extrañas circunstancias.

En la novela se tratan todos, y digo bien, todos los temas clave del pensamiento contemporáneo. Desde el nuevo orden económico y la lucha de los grupos de resistencia contra estos poderes, hasta la historia y la filosofía de la ciencia, y es de ese hecho de donde extraigo que nos encontramos frente a un escrito culto, aunque no exento de humor e ironía, como cuando hace referencia al “formato digital, pues es menos contaminante” (42), o en los deslices de Okigbo con su sobrino Lincoln y otros muchachos que aparecen en la narración, siempre desde el supuesto diario del protagonista principal.

Como texto heredero de la literatura más literaria, la narración tiene un complejo juego de narradores, como Søren Van Dyke Sechenhaye, editor de la obra de Okigbo de origen congoleño y residente en Europa—como ven, el juego con los nombres de origen occidental es irónico e importante—, el traductor: Bally Rodriguez, o el propio Lomelí, que se erige en corrector de estilo de la obra, que es lo que al final somos todos los escritores. Estos tres personajes se reparten el protagonismo de la narración junto a Okigbo desde la portada, donde aparecen los cuatro como autores, y continúa en el aparato de notas donde los tres conformadores del relato biográfico se comunican y nos muestran la imposibilidad de narrar la verdad de un suceso. Además de hacer un guiño al pensamiento latinoamericano frente a los grandes centros occidentales gracias a que dos de las voces artífices de la narración provienen de allí. Y digo latinoamericano y no hispanoamericano, porque después de la reflexión sobre el uso de la palabra “papalotes”, al lector le queda claro que en el texto también subyace una critica a cualquier tipo de colonialismo, incluido el español.

En este sentido, para qué negar que me ha entusiasmado la crítica a esa Catalunya que repudia lo multirracial aunque el supuesto corrector Lomelí acabe viviendo en Siurana. Y también la fina ironía que los múltiples autores implícitos desarrollan con algunos elementos de la cultura pop (“Harmony of All the Living (HAL)” [58]). Pero el tema real del libro es el papel del arte en la sociedad contemporánea, y cómo este queda secuestrado por ciertos intereses: “para muchos de los visitantes, el arte sólo era arte si alguien así lo afirmaba” (122). En el libro encontramos una crítica sistemática al pensamiento occidental. Pero la ironía con que los narradores van presentando la obra ensayística de Okigbo impide que se trate de una novela de tesis que pretenda sentar cátedra. Al contrario, nos encontramos con un texto heredero de la posmodernidad pero netamente latinoamericano que propone un nuevo paradigma para el arte. Nada menos.