lunes, 18 de mayo de 2015

Elogio de la brevedad y del sadismo, por este orden - Suburbano

Elogio de la brevedad y del sadismo, por este orden - Suburbano


La primera vez que me enfrenté a la escritura de Salvador Luis, lo hice con la buena guía que suponen los comentarios que Vicente Luis Mora escribió en su blog de El Boomeran(g)sobre Prontuario de los pies y de los zapatos (2012). Ahora me sumerjo en Shogun inflamable (2014), libro de relatos publicado por la editorial Casa Tomada, completamente virgen; y créanme que la experiencia al enfrentarse a esa galería de personajes contemporáneos monstruosos y sádicos es digna de tenerse en cuenta.

Los directores académicos de Salvador Luis siempre recuerdan de él su capacidad para sintetizar en muy poco espacio brillantes ensayos literarios en los que su brevedad nunca era obstáculo para analizar en profundidad todo lo que era digno de mención en el texto. Si esto es una virtud en el mundo académico, donde tanto mediocre se jacta de su verborrea superflua y de juicios manidos, ya ni les digo el placer que supone la brevedad en la ficción. Pues esa concisión se la encuentra de frente el lector en el primer párrafo que lee, el que inaugura el relato “Froilán,anthropophagus”. En apenas veinte líneas se entera uno del entorno físico que rodea al protagonista, de la historia de ese entorno, y de las intenciones con las que nos guiará ese refinado caníbal que es Gaspar Froilán Goyeneche por el texto. La historia tiene apenas tres páginas, y el autor se aplica en concentrarla en ese espacio, lo que no es óbice para que nos regale los juicios que esconden sus intenciones estéticas: “no existe mayor acierto que el de tratar la carne de los otros como si fuese la de uno mismo; en eso se basa lo que con los años he denominado «el arte». Y no hay arte, claro, sin un artista que reconozca «la nueva belleza» y la «nueva conjunción de la belleza»” (14). Así que este “antropófago artista” es la puerta de entrada a un universo estético donde un diálogo de pareja iniciado al más claro estilo de Hemingway (otro maestro de la brevedad), y con doble de por medio, se hibrida con las referencias culturales contemporáneas; donde un experimento pseudo científico con gatos sirve para encontrar los límites de la vida en pareja; o donde una serie de elementos extraídos de las vanguardias históricas, algunos de ellos gráficos, sirven para presentarnos cómo han cambiado los tiempos, pues la conciencia del tiempo que vive está muy presente en el autor.

El espacio que rodea las narraciones, por otro lado, es extraño y, sin embargo, muy eficiente. Parece claro que todo menos algunos recuerdos sucede en EEUU. Pero como ocurre cuando se vive en esos infinitos barrios urbanizados que pueblan los EEUU, todo es un continuo indefinible de espacios solo determinados por menciones a claros referentes como Nueva York.

Aunque la crueldad humana atraviesa de forma transversal todos los relatos—en especial, la crueldad en las relaciones de pareja— de la mano de la exquisitez cultural, dos son los universos que se encuentran en estos cuentos: 1) los elementos fantásticos, de terror o de ciencia ficción con ciertos guiños a Borges (“El Cerebro y El Autómata”); 2) las historias callejeras y sucias (“Territorial Pissings”). Encuentro que podríamos resumir con la frase: “el tipo era un cuadro de costumbres de la era posatómica” (59). Si tenemos en cuenta que se trata de mis dos universos literarios favoritos, y si sumamos las citas explícitas a Love and Rockets, Siouxsie & the Banshees y David Lynch, comprenderán mi entusiasmo por este libro.

Podría extenderme sobre Shogun inflamable páginas enteras, pero un maestro de la brevedad como es Salvador Luis merece concisión, así que aquí concluyo no sin antes advertirles de que no se espanten por esa galería de sádicos que aparecen en las historias del libro; en la dedicatoria de su primera novela, El dios reflectante, Javier Calvo escribe: “la mala gente es la buena gente”. Pues eso.  

lunes, 11 de mayo de 2015

El motín del Hesperia - Nagari Magazine

El motín del Hesperia - Nagari Magazine


Prometí a Gabriel Goldberg, culé como yo, o lo que es lo mismo, seguidor del F. C. Barcelona, escribir una reseña en clave barcelonista de su novela, La mala sangre, publicada en la Argentina por Interzona, aunque escrita desde Miami (o desde el pantano, como afirma repetidas veces el narrador). Y uno encuentra paralelismos entre Daniel Steimberg, narrador y protagonista de la novela, con el actual DT de Barça, pues ambos son ironmen y practican el deporte extremo en sus diversas modalidades, tanto en carrera, como nadando, como andando en bibicleta. Y también lee menciones explícitas de las preferencias deportivas de Daniel, su mujer y sus hijos, todos fanáticos barcelonistas, aunque el narrador, junto con el Barcelona, hincha por Independiente. Sin embargo, si he de ser consecuente con el contenido de la novela deberé remontarme a un famoso episodio de la historia barcelonista: “El motín del Hesperia”.

Hagamos un poco de historia: El 27 de abril de 1988, después de la peor temporada en liga desde 1942, el grueso de los jugadores del Barcelona convoca una rueda de prensa en el hotel Hesperia (propiedad curiosamente del vicepresidente del Barça por entonces: Joan Gaspart), para pedir la dimisión del presidente blaugrana, el carismático Josep Lluis Nuñez. Tras las quejas económicas que subyacen a este hecho (el club quería que los jugadores pagaran a medias los impuestos derivados de los derechos de imagen), subyace una razón más fuerte: el menosprecio por parte de la directiva para con los jugadores. Aquel acontecimiento, que derivaría en la llegada de Johan Cruyf como técnico y las décadas más gloriosas del barcelonismo, también supuso el despido de muchos de aquellos jugadores a final de temporada.

Pues la novela de Goldberg es algo así pero en el plano familiar. Daniel, hijo pequeño, abogado con una maestría en Harvard, asentado en los EEUU y especialmente unido a su padre, descubre que sus hermanos mayores y su cuñado se han hecho cargo de los muchos bienes de la familia —el padre es un prestigioso médico judío con una de las clínicas más avanzadas para su época a su cargo y contactos con las altas instancias del país— a la muerte del padre tras aprovecharse durante años de la enfermedad de Alzheimer que lo ha llevado a la tumba. Han inhabilitado a la madre pese a que esta siga lúcida, la han encerrado en un manicomio. Han ido vendiendo los activos del padre para convertirlos en dinero localizado en paraísos fiscales y han desheredado al resto de los hermanos. Daniel los denuncia y clama por justicia, tanto en los tribunales como en el libro, aunque se trate de una voz narratoria.

Todo esto lo explica el autor en clave diarística, con entradas numeradas e hibridación de temáticas: la familia nuclear, la familia argentina, la práctica deportiva, los problemas con el departamento de inmigración en EEUU, las fantasías sexuales, el psicoanálisis, los recuerdos, la cultura judía. Todo se mezcla, aunque la síntesis final, con documentos reales, está muy conseguida. La mención explícita a La novela luminosa, de Mario Levrero, es clave para entender la apuesta estética del autor. También el proyecto narrativo de Sergio Chejfec por las menciones al pasado y la identidad judía en la Argentina. Eso sí, siempre pensando que Daniel Steimberg está realizando en este libro “El motín del Hesperia” con sus hermanos. Esperemos que tras la catarsis, de aquí salgan décadas de buena literatura, como de aquello surgieron los mejores momentos futbolísticos del Barça.