martes, 6 de abril de 2010

EN LA ÓRBITA DE MIGUEL SERRANO



En 1654, Blaise Pascal contestaba al problema matemático planteado por el (falso) caballero de Méré, del que surgiría el cálculo de probabilidades. Meses después, el propio Pascal tuvo una revelación que le condujo a abandonar las matemáticas y la física para dedicarse a la filosofía. Sin embargo, en el estilo de sus escritos filosóficos se advierte la influencia de los años de investigación científica. Tanto, que llegó a plantear el problema de la existencia de Dios en términos probabilisticos. Y es que todo lo que hacemos en la vida nos influencia en cierta forma. Es el caso de Miguel Serrano, autor del libro de relatos Órbita (Candaya, 2009), poeta y narrador zaragozano que estudió Ciencias Físicas hasta el último año de licenciatura en que decidió abandonarla y dedicarse a la literatura.


La influencia de la ciencia y las matemáticas en esos relatos, empezando por la temática de algunos de ellos: la relación entre un niño prodigio y un famoso y polémico científico en “Órbita”, el relato que da nombre al libro (homenaje a Bolaño, por cierto); los sucesos que tienen lugar en medio de una práctica de Electricidad en la Facultad de Físicas que dan cuerpo a “Perspectivas”; o la obsesión por la numerología y la cabalística del protagonista de “Y así sucesivamente”.

Serrano es poeta y narrador, y su visión de la ciencia se observa poética. Como queda patente en las metáforas científicas que utilizan para expresarse los narradores de sus cuentos. El “ruido de fondo de la nostalgia” del que habla el fantasma de “Perspectivas”, la “confusa palpitación de los órganos vitales” en “Y sólo del amor queda el veneno”, el “bolso milimétrico” que aparece en “Estrategia del aplauso” o los numerosos círculos que se cierran en los relatos constituyen un ejemplo de ello.

Suele tener el autor el cuidado de poner esas palabras en boca de un narrador omnisiciente o de un personaje con conocimientos científicos como el estudiante de Físicas que protagoniza “Perspectivas”, el Roberto de “Estrategia del aplauso” o el narrador de “Segundo premio”. Sólo en “Shaman’s Blues”, donde el lenguaje utilizado es más duro y los objetos de la tecnología que nos rodea forman parte del decorado, de forma acorde al contenido de la historia, se me hace poco creíble que un narrador que no soporta las matemáticas hable de “los oscuros designios de la simetría, que nos acorrala contra las aristas de la geometría descriptiva.” Precisamente, en ese cuento se hace un uso muy bien encontrado de metáforas que relacionan el mar (en su vertiente científica también) con la vida cotidiana.

Tiene Serrano una visión irónica de la ciencia como se observa con Bernardo R. el científico que capitaliza buena parte del primer relato (“Órbita”), que pretende una reformulación del álgebra que elimine los números y los ejes de coordenadas, o que escribe un libro de divulgación científica al que pretende titular Matemáticas, Mierda y el Presidente del Gobierno. Ironía se destila también de las discusiones sobre la vida después de la muerte de los estudiantes de física en “Perspectiva”. En cambio, excepto en “Shaman’s Blues y “Últimas señales”, no se tratan apenas los peligros derivados de la tecnociencia que preside las sociedades posmodernas, por lo que más que de un escritor posmoderno en el sentido duro del término, deberíamos hablar de un autor que utiliza la crítica posmoderna para captar el mundo desde una ironía fina y benévola y una perspectiva lúdica.

De hecho, el relato “Estrategia del aplauso” sintetiza a la perfección ese tono. El cuento se sitúa geométricamente en el centro del libro lo cual, a mi modo de ver no es casual sino una estructura premeditada, una mise en abyme perfecta del mensaje de la obra. Aunque en este texto no se explicita ningún contenido relacionado con la ciencia más allá de la alocada metodología para cronometrar los aplausos en un concierto de Jazz y las ya mencionadas metáforas, queda claro el mecanismo de construcción de los cuentos y su relación con la ciencia: el juego. La idea que preside el relato es el juego, un juego entre dos amigos que dará lugar a la formación de una pareja. Como los rulemanes de Cortázar que se citan en el texto o los cuentos de Borges. Ese es precisamente el uso que hace Serrano de la ciencia en sus textos: la ciencia como un juego. Un conjunto de reglas que posibilita los movimientos en un tablero imaginario, muy en conexión con la visión que Fernández Mallo aplica en su trilogía y donde también se habla de caos.

Pero el juego en Serrano se relaciona más con las personas que con la descripción de la realidad: Samuel Soriano y su juego con Bernardo R. en el primer cuento, el suicida de “Perspectiva” y su juego con la electricidad, el oficinista de “Y sólo del amor queda el veneno” y su juego con la rubia a partir de las tarjetas, el juego colectivo del bar Shaman, lo de juego que se esconde en comprender el universo a partir de las matrículas de los coches. Es más, el libro presenta al lenguaje como juego, a la literatura como juego. Como se dice en “Estrategia del aplauso”: “funcionó como mecanismo de precisión, el juego por fin en todo su esplendor”. Es así como Serrano construye sus cuentos.

En cuanto a su visión del mundo, más allá de ironizar sobre el conocimiento científico o “desacralizar” la literatura como dice Manuel Vilas en el prólogo del libro, Serrano trata de desacralizar todo aquello que pueda ser considerado como cultura con mayúsculas: la idea del yo, el Jazz, Dostoievski (hilarante el llamado juego de Dostoievski), Poe, Pessoa y Proust, la pedantería de Alfredito (Bryce Echenique).

Es esa visión la que le permite asimilar los tragos más amargos de la vida que se observan en los cuentos más tristes, como “Últimas señales” o “Shaman’s Blues” (curiosamente, los relatos que advierten de las tecnociencias), o en una portada que muestra un scanner cerebral. Esa manera de relativizar el conocimiento propio y reírse de uno mismo suele ser cosa de genios.